Full text: Una muerte misteriosa

  
  
  
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do, Langevinay y Cristina, Pilón y Mar- 
tina, hasta la iglesia de San Sulpicio, 
donde acaban de entrar. ; 
¿Qué acontecimiento reunía aquel día 
en la iglesia de San Sulpicio a nuestros 
amigos ? 
Para tener la explicación de esa re- 
unión, es preciso remontarse a la época 
en que Carot, echando a Orso en bra- 
zos de Etiennette, le decía que acababa 
de recibir una extraña carta de Eblis. 
He aquí su contenido: 
- «Mi querido primo: Un pobre peca- 
dor, culpable de mil iniquidades, es quien 
os dirige este mensaje de paz. Aquel que 
conocíais tan despreciable, tan culpable, 
ya mo existe. La gracia ha tocado mi 
corazón. Renuncio al mundo, a sus pom- 
pas y a sus glorias, para no vivir más 
_ que en Jesucristo, y pasar el resto de 
mis días expiando mis errores. 
Estoy en el Seminario de San Sulpi- 
cio hace ya varias semanas, preparán- 
dome para ser sacerdote. 
Por un factor del cual soy indigno, 
mis superiores han consentido en abre- 
viar la duración de mi noviciado, y seré 
ordenado dentro de un mes. : 
Tendría un verdadero placer, primo 
mío, en que vuestros amigos y vos asis- 
tierais a ese gran acto de mi vida, y que, 
con vuestra presencia dierais testimonio 
de que lo mismo que yo, lamentáis un 
pasado lleno de crímenes y de faltas. 
-—— Pueda mi ejemplo inspiraros el arre- 
- pentimiento. 
Ruego a Dios, primo mío, que os haga 
reconocer vuestros errores y me conceda 
la gracia de iluminar vuestro corazón. 
Que la paz del Señor sea con vos. 
EBLIS. » 
Esta extravagante carta había exaspe- 
vado a Orso, que no podía aceptar el 
tono, ligeramente irónico, de la misiva. 
CSROT CORTA. OLLAS 
Carot y Langevinay, por el contrario, 
se habían divertido mucho viendo al dia- 
blo metida a ermitaño, y habían resuelto 
asistir a la ordenación del nuevo sacer- 
dote. 
—Puesto que sabemos dónde está— 
dijo Orso, — ¿por qué no vamos a bus- 
carle a su retiro y le damos de puñala- 
das? No creo en el arrepentimiento de 
ese malvado, y say de opinión de que 
aplastemos la cabeza de la víbora. No 
descansaremos hasta que haya muerto. 
Muerto el perro, se acabó la rabia. 
—Ordenándose, Eblis es sagrado para 
nosotros, querido Orso. 
—¿Por qué? 
—Porque es sacerdo'e. 
—Se puede ser sacerdote, y ser un mal. 
vado—gritó Orso. 
— Indudablemente. Eso ya se ha vis- 
-to. Hay buenos y malos sacerdotes, pero 
según los artículos del Concordato, está 
especificado que los diáconos, curas, obis- 
pos y cardenales, están bajo la jurisdic- 
ción espiritual y temporal de la Santa 
Sede, mientras sus faltas no afecten a 
los poderes establecidos mi constituyan 
un peligro para la sociedad. E 
—Me parece que Eblis... 
—Eblis es, sobre todo, nuestro ene- 
migo, querido Orso. Si ha conspirado con- 
tra el primer cónsul, ha entregado a Ca- 
doudal y a sus realistas, y traicionó, en 
provecho de Bonaparte, a no sé cuantos 
conspiradores y emigrados. Negó haber 
tomado parte en el atentado de la calle 
de San Nicasio, e hizo debener a Carbon 
y a Saint-Rejant. Por la tanto, desde el 
punto de vista político, nada puede ha- 
cerse contra él, porque los servicios pres- 
tados contrarrestan sus traiciones. Con-. 
tra la sociedad es culpable de numeno- 
sos crímenes. Fué causa de la muerte de 
mi padre, pero su autora fué castigada 
por ti, Orso... Muerta Flor de Espino, 
¿cómo probar la complicidad de Eblis? 
  
  
 
	        
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