Full text: Una muerte misteriosa

  
  
  
  
  
    
   
BN A 
MUERTE 
Al ver a Orso, se erizaron sus cabe- 
llos. : : 
Dió un grito de terror... 
Del sobresalto, dejó caer la linterna 
y el cesto de las provisiones. i 
El pobre diablo, enloquecido, salió, «dan- 
do gritos, olvidando cerrar la puerta del 
calabozo. 
Orso sulrió un verdadero ataque de 
risa. | 
—¡Ese imbécil se olvida de encerrar- 
me! — exclamó. — Ha perdido la «da- 
beza... 
Buscó a tientas la linterna, y la vol- 
vió a encender con su eslabón. 
Los soldados, que acudían, escoltando 
al director de la prisión y al carcelero, 
encontraron a Orso comiendo tranquila- 
mente, sobre la cama, los restos de la 
comida que habían escapado del nau- 
fragio. 
El director, fuera de sí, rugió: 
—¡Apoderaos de ese hombre! ¡Dete- 
nedle! : 
—i¡No os molestéis! — dijo Orso, ama- 
blemente. — ¡Es inútil llevarme a otro 
calabozo! ¡Estoy muy bien gn éste! Os 
- aseguro que, una vez la puerta cerrada, 
- me será imposible evadirme. 
- Los soldados se echaron a reír. 
El director montó en cólera. 
—Antes que nada — vociferó,—¿ quién 
sois? ¿Con qué derecho estáis aqui? No 
os conozco. Na sois mi prisionero. 
—¿De veras? — contestó Orso, iró- 
=_nicamente. — Si decís que no soy vues- 
tro prisionero, me marcharé. Tenéis ra- 
zón; no tengo derecho a permanecer más 0 
Hasta mañana, bandido... ¡Salid todos...! 
tiempo aquí. ON 
Dejó la comida, y se dirigió a la puerta. 
El director extendió el brazo. 
—Tendríais que pasar sobre mi cuer- 
po, antes de salir de aquí — gritó. — 
Quedaos ahí; ¡ws lo ordeno. 
—Entonces — respondió Orso,—¿ soy, 
- pues, vuestro prisionero? Hace un mo- 
tor. 
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MISTEBADCOSA 
mento decíais la contrario. Hay que en- 
tenderse... ¿Soy vuestro prisionero, si a 
AA 
—¿Qué sé yo? — exclamó el direc- 
— ¿De dónde salís? ¿Porqué no 
está. ahí el otro? ¿En dónde está? 
—Está libre — dijo Orso, — y ya 
hace un buen rato. Na vale la pena de que 
cornáis tras él. Tiene un buen caballo, 
y, si se le persiguiese, ya lleva adelan- 
tadas tres horas a galope tendido, fuera 
de París. : 
El director se sentía enloquecido. 
El carcelero estaba petrificado. 
Ambos se miraron. 
—Vos — gruñó el director, — que- 
dáis destituido, y desde este momento 
constituíos prisionero. ¡Oh! ¿Os hacéis 
cómplice de la gente confiada a vuestra 
custodia? ¡Vamos a reirnos! 
—Ese buen hombre es inocente 
dijo Orso. — Le he engañado, de la 
misma manera que os hubiese engañado a 
vos. No podía imaginarse la jugada que 
le hacía. 
—No os pido vuestra opinión. 
—¡Oh! — dijo Orso. — Soy tan ge- 
neroso, que no espero a que se me pida 
limosna para hacerla. Además, haced la 
que os plazca de vuestra carcelero, pero 
tened la bondad de decirme qué pensáis 
hacer de mí. E 
—¡Haceros guillotinar! 
—¡Oh! ¡Bah! — exclamó Orso, ale- 
gremente. — ¿Nada más? 
La alegría del prisionero exasperó al 
director. 
—Al freír será el reír — vociferó.— 
Dóciles, todos se retiraron, siguiendo 
al director, que lleno de rabia colmaba 
de insultos al desgraciado carcelero. 
Orso estaba contentísimo. 
. Nunca se había divertido tanto. 
—Mañana — dijo, — se terminará 
la comedia. Etiennette avisará a Carot, 
  
  
 
	        
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