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Los ojos de Susana echaban chispas.
—¿Está vivo ?—preguntó.
—Ciertamente — dijo Clairval, — y
lo ha demostrado demunciándome y ha-
ciéndome detener. |
—¿A vos?
—¡Si!,
-—Creí que os contabais entre sus ami-
"BOS...
—Me parece, Susana O'Mady—dijo
él, burlonamente,—que no conocéis bien
a vuestro amante...
—¡Mi amante...!
Suspiró. :
—Si; lo fué — murmuró, — y lo más
terrible es que ahora continuará siéndolo.
Debemos permanecer unidos, nosotros, que
tanto nos odiamos... :
—Que Eblis os deteste — dijo Clair-
val, — mo tiene nada de sorprendente.
El no quiere sino a una persona en el
mundo: a sí mismo. Pero que vos odiéis
a quien yo os he visto manifestar un amor
que llegaba a la idolatría...
—¡Oh! — exclamó Susana, con risa
salvaje. — ¿No sabéis, pues, nada ?
—¿Qué queréis decir?
—Sentaos cerca de mi, barón de Clair-
val, que os voy a contar de qué delicada
manera el vizconde de Eblis se desem-
barazó de su cómplice, de su esclava, de
la que, por una indicación suya, hubiese
estado dispuesta a morir; de la que no
dió valor a su honor, ni a su existencia,
para asegurar el éxito de sus proyectos
ambiciosos o criminales.
Intrigado, Clairval se sentó al lado
de Susana. |
La irlandesa le contó, entonces, su
última entrevista con Eblis, después que
estuvo a punto de perecer, torturada por
Orso. : |
Dijo las palabras implacables y defi-
nitivas de Eblis, metiéndola en un co-
che, y enviándola a Italia, con poco dine-
ro, prometiéndole subvenir a sus necesl-
CORTA-CABEZAS
dades, para no dar, luego, señales de
vida.
—Eblis — interrumpió Clairval, —
al abandonaros, volvió aquí. Yo creía que
os había enviado con alguna misión. Al
siguiente día, por la mañana, partimos,
Pichegrú, la señorita de Visme, Eblis
y yo. Al dejar el castillo, nos encontra-
mos al vizconde de Marboze, quien pro-
vocó en duelo a Eblis. ¿Qué sucedió?
Lo ignoro. Eblis no volvió a reunirse
con nosotros. Estuvimos en Gante. Me
enfadé con Pichegrú, que se volvió a Pa-
rís con su prisionera...
—¿La sedujo, al menos? — dijo, ren-
corosamente Susana. — ¿Se la arrebató
a ese demonio de Orso? -
—No—contestó, secamente, Clairval;—
se casó con Orso Sinibaldi, a quien debo
la libertad. Os lo. prevengo, para qué
no habléis mal de él en mi presencia.
Soy deudor a Orso Sinibaldi, os repito,
de la libertad que me arrebató vuestra
Eblis. e
—¡Se casó con la que amaba !—gimió
Susana.—¡Ese hombre siempre triunfa! |
—Lo merece, porque tiene un corazón
generoso y leal, no solamente para con
sus amigos, sino también para con sus gne-
migos.
Susana no oyó esta frase.
—Así, pues, ¿no habéis vuelto a ver
a Eblis?
—No. Presumo que fué él quien hizo.
saltar mi castillo, sin duda para que se le
Creyese muerto, y engañar a los que pu=
dieran perseguirle. Es una simple supo-
sición, pues acaba de llegar a Orleáns,
y no he interrogado a nadie, encontrán-
dome con este inesperado desastre. de
—¿Y estáis seguro de que Eblis está,
vivo ?—preguntó de nuevo Susang.
—El hecho de hacerme detener hace
cinco días — dijo Clairval con impacien-
cia, —me parece que es una prueba.
Pero Susana, pendiente de su idea,