Full text: Una muerte misteriosa

  
194 CAROT 
Los ojos de Susana echaban chispas. 
—¿Está vivo ?—preguntó. 
—Ciertamente — dijo Clairval, — y 
lo ha demostrado demunciándome y ha- 
ciéndome detener. | 
—¿A vos? 
—¡Si!, 
-—Creí que os contabais entre sus ami- 
"BOS... 
—Me parece, Susana O'Mady—dijo 
él, burlonamente,—que no conocéis bien 
a vuestro amante... 
—¡Mi amante...! 
Suspiró. : 
—Si; lo fué — murmuró, — y lo más 
terrible es que ahora continuará siéndolo. 
Debemos permanecer unidos, nosotros, que 
tanto nos odiamos... : 
—Que Eblis os deteste — dijo Clair- 
val, — mo tiene nada de sorprendente. 
El no quiere sino a una persona en el 
mundo: a sí mismo. Pero que vos odiéis 
a quien yo os he visto manifestar un amor 
que llegaba a la idolatría... 
—¡Oh! — exclamó Susana, con risa 
salvaje. — ¿No sabéis, pues, nada ? 
—¿Qué queréis decir? 
—Sentaos cerca de mi, barón de Clair- 
val, que os voy a contar de qué delicada 
manera el vizconde de Eblis se desem- 
barazó de su cómplice, de su esclava, de 
la que, por una indicación suya, hubiese 
estado dispuesta a morir; de la que no 
dió valor a su honor, ni a su existencia, 
para asegurar el éxito de sus proyectos 
ambiciosos o criminales. 
Intrigado, Clairval se sentó al lado 
de Susana. | 
La irlandesa le contó, entonces, su 
última entrevista con Eblis, después que 
estuvo a punto de perecer, torturada por 
Orso. : | 
Dijo las palabras implacables y defi- 
nitivas de Eblis, metiéndola en un co- 
che, y enviándola a Italia, con poco dine- 
ro, prometiéndole subvenir a sus necesl- 
CORTA-CABEZAS 
dades, para no dar, luego, señales de 
vida. 
—Eblis — interrumpió Clairval, — 
al abandonaros, volvió aquí. Yo creía que 
os había enviado con alguna misión. Al 
siguiente día, por la mañana, partimos, 
Pichegrú, la señorita de Visme, Eblis 
y yo. Al dejar el castillo, nos encontra- 
mos al vizconde de Marboze, quien pro- 
vocó en duelo a Eblis. ¿Qué sucedió? 
Lo ignoro. Eblis no volvió a reunirse 
con nosotros. Estuvimos en Gante. Me 
enfadé con Pichegrú, que se volvió a Pa- 
rís con su prisionera... 
—¿La sedujo, al menos? — dijo, ren- 
corosamente Susana. — ¿Se la arrebató 
a ese demonio de Orso? - 
—No—contestó, secamente, Clairval;— 
se casó con Orso Sinibaldi, a quien debo 
la libertad. Os lo. prevengo, para qué 
no habléis mal de él en mi presencia. 
Soy deudor a Orso Sinibaldi, os repito, 
de la libertad que me arrebató vuestra 
Eblis. e 
—¡Se casó con la que amaba !—gimió 
Susana.—¡Ese hombre siempre triunfa! | 
—Lo merece, porque tiene un corazón 
generoso y leal, no solamente para con 
sus amigos, sino también para con sus gne- 
migos. 
Susana no oyó esta frase. 
—Así, pues, ¿no habéis vuelto a ver 
a Eblis? 
—No. Presumo que fué él quien hizo. 
saltar mi castillo, sin duda para que se le 
Creyese muerto, y engañar a los que pu= 
dieran perseguirle. Es una simple supo- 
sición, pues acaba de llegar a Orleáns, 
y no he interrogado a nadie, encontrán- 
dome con este inesperado desastre. de 
—¿Y estáis seguro de que Eblis está, 
vivo ?—preguntó de nuevo Susang. 
—El hecho de hacerme detener hace 
cinco días — dijo Clairval con impacien- 
cia, —me parece que es una prueba. 
Pero Susana, pendiente de su idea, 
 
	        
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