- —charía coma simple soldado, y
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Mas, llamado bruscamente al sentimien-
to de la situación, el capitán desprendió-
se de la cordial presión, y dijo a su
prisionero:
—Pero, por Dios, decidme, ¿qué le
céis en Francia? Es una locura... Os
creía emigrado en Inglaterra, o en Ale-
mania... Pas qué habéis vuelto? ¿Que-
réis haceros cortar la «cabeza?
—Mi querido Raúl — dijo el prisio-
nero, sentándose sin ceremonia, —el hacha
que tiene que cortar el cuello de tu her-
mano de leché, el vizconde de Marboze,
no está afilada aún... No tiembles por
mí, y no temas mada por tl...
—j¡Oh! — dijo, ntllaale: el ca-
pitán Rochet, — cuando tengo miedo
no es nunca por mí... Me asustan las
consecuencias de vuestra ligereza, de
vuestra absurda audacia... ¿Por qué ju-
- gar con fuego? ¿No sabéis que vuestra
cabeza está puesia «a precio en toda
Francia, y que estáis acusado de haber
tomado parte en el complot contra el
primer cónsul ?
—Todo eso lo tengo por sabido —
- dijo el petulante Marboze. — Lio sé
tan bien, que tengo la intención de dejar
mi país para siempre, pero no será an-
tes de haber castigado al traidor que
ha mandado al cadalso a Cadoudal y a
mis AMmIgOos...
. Ñ—Hablad más bajo — dijo el capi-
“tán, vivamente; — pueden oírnos...
-..—Es verdad—contestó Marboze, ba-
jando la voz; — los gendarmes podrían
nat.
El capitán Rochet se encogió de hom-
bros. Pe qn |
-—Ya os he dicho, amigo mío, que no
tiemblo nunca por mí... ¡Denunciarme!
Me arrestarían, nada más. Me reengan-
pronto
volvería a ganar los galones. No; tiem-
- blo por vuestra seguridad. No puedo ol-
vidar, aunque los azares de la vida nos
CORT
ADA AA
” Y
hayan separado y colocado en campos
opuestos, que mi madre fué vuestra. mo-
driza, al mismo tiempo que me amaman-
taba a mí... Erais entonces el hijo de
mis señores, y mi madre no era más
que la mujer de un pobre colono, na-
cido en vuestras tierras, vuestro vasa.
llo. Vuestra familia fué buena para los
míos; hemos crecido juntos; durante lar-.
go je he compartido vuestros jue-
gos -y vuestros estudios..
lia el castillo de Matos, yo me
quedé com mis padres...
truído para labriego, poco para ser un sa-
bio, vivía la triste vida de los inadap-
tados, de los fracasados, cuando estallá
la revolución... Senté plaza en seguida,
fui a las fronteras... No hay que decir
que me había empapado de los principios
republicanos, y encontraba justo el nue-
vo estado de cosas, aunque deploré las
violencias cometidas... ¡Ay! Es preciso
reconocer que los vuestros tenían algo
de culpa... A
—Mi querido Raúl — atajóle Marbo-
ze, con cierta impertinencia, — eres mi.
hermano de leche y te tengo mucho
afecto, así es que te he dejado decir. |
muchas locuras sin interrumpirte.... pero,
créeme, deja este tema escabroso y vol.
vamos a lo. que importa. Estoy acosa-
do, fuera de la ley; no te haré la ¡ inju- de
ria de creer que vas a entregarme...
Raúl Rochet se puso en ple, indignado,
—No te enfades, mi querido Raúl—
dijo Marboze, — puesto que te digo
que tengo en ti absoluta confianza. Ra-
zonemos. ¿Qué vas a hacer. conmigo?
—Dejaros libre.
—Te juegas tus galones, quizá la e!
bertad.
—¿No sois mi hermano de leche ?
¿Por quién expondría uno su vida, si
no lo hacía por un hermano?
El vizconde de Marboze, conmovido, EN
tendió la mano +3 ina
Después, de-
Demasiado ins-