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asociación, que tenía entonces por jefe
al marqués de Henneville, es decir, a
Bellamor.
Detenido con Eblis, Olimpia, Maure-
villers, y todos los nobles que quisieron
salvar a la reina y reanudar el proyecto!
' malaventurado del caballero de Rougevi-
lle, Marboze salvóse de la muerte, con:
Batz, a instigaciones de Carot, en el mo-
mento en que iba al cadalso con sus
amigos.
El incorregible realista refugióse en la
Vendée, sometida ya, y herido y aco-
sado, pudo escaparse a Inglaterra, gra-
cias a Cadoudal, que le ayudó a huir.
Si Marboze tenía grandes defectos, te-
nía también grandes cualidades. Entre es-
tas últimas descollaba una abnegación in-
alterable hacia sus amigos, y el recuerdo
de los beneficios recibidos.
- Entregóse en cuerpo y alma a Ca-
doudal, su salvador, formando parte de
todos sus complots.
En varias ocasiones aconsejó al chuán
que desconfiara de Pichegrú y de Mo-
reau, y el día de la máquina infernal
disuadió a Cadoudal de que tomara parte
directa en el atentado de la calle de
San Nicasio, porque supo que Eblis per-
manecía en la sombra, detrás de Saint-
Rejant, Carbon y Limotélan.
Había predicho al chuán el fracaso
de aquel asunto.
Los acontecimientos le dieron la ra-
zÓn.
Marboze, por aquel entonces, se ocu-
paba de las los oscuros manejos de
Eblis, quien gracias a los múltiples per-
sonajes que había representado: el in-
tendente de la princesa Traceska, Bus-
sac, etc., le despistó (1).
Marboze no se atrevió a acusarle de
haber hecho fracasar el atentado.
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11) Véase El huracán de hierro, tomo X de esta Co-
lección.
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No tenía pruebas, pera quedó per-
suadido de que Eblis había prevenido
a Bonaparte para que pasara ante el
carro infernal antes de que pudiera pro-
ducirse la explosión.
El lector sabe que, por el contrario,
Eblis tomó el puesto de Saint- Rejant,
haciendo cuanto pudo para que el pri-
mer cónsul pereciera.
Marboze lo ignoraba.
Las desapariciones de Eblis llevaron
la duda a su espíritu, dispuesto ya com-
tra él.
Los acontecimientos de Holanda, re-
feridos por Cadoudal, acabaron de exas-
perar contra el trapacero de Eblis al
leal vizconde, cuyo odio mo tenía ne-
cesidad de aliciente para llegar al pa-
roxISmo.
Categóricamente, rehusó ayudar a Pi-
chegrú y sus amigos a+raptar a Bona-
parte, porque Eblis formaba parte del
complot, y le desafió a singular combate.
Era la segunda vez que lesto sucedía.
Marboze estaba persuadido de que a
la. tercera vez lograría su objeto, y le
perseguía, buscando ardientemente la oca-
sión. :
Tanto más, cuanto que la muerte de -
Cadoudal, que atribuía a Eblis — de
una manera irrazonada, guiado por el ins-
tinto, — había trasformado su odio en
una especie de rabia, de locura furiosa
contra Eblis.
Compréndese que, con tales. sentimien-
tos, lo que menos pasaba por su imagl-
nación era abandonar Francia y la per-
secución de Eblis.
Mientras rumiaba de qué modo echaría
mano al miserable, y repasaba con el
- pensamiento - todas e deslealtades de su
mortal enemigo, el capitán Rochet, res-
petando el silencio de su amigo, refle-
xionaba en la mejor manera de conducir
a Marboze sano y salvo al puerto más
próximo.