Full text: Una muerte misteriosa

  
  
68 CARO T 
asociación, que tenía entonces por jefe 
al marqués de Henneville, es decir, a 
Bellamor. 
Detenido con Eblis, Olimpia, Maure- 
villers, y todos los nobles que quisieron 
salvar a la reina y reanudar el proyecto! 
' malaventurado del caballero de Rougevi- 
lle, Marboze salvóse de la muerte, con: 
Batz, a instigaciones de Carot, en el mo- 
mento en que iba al cadalso con sus 
amigos. 
El incorregible realista refugióse en la 
Vendée, sometida ya, y herido y aco- 
sado, pudo escaparse a Inglaterra, gra- 
cias a Cadoudal, que le ayudó a huir. 
Si Marboze tenía grandes defectos, te- 
nía también grandes cualidades. Entre es- 
tas últimas descollaba una abnegación in- 
alterable hacia sus amigos, y el recuerdo 
de los beneficios recibidos. 
- Entregóse en cuerpo y alma a Ca- 
doudal, su salvador, formando parte de 
todos sus complots. 
En varias ocasiones aconsejó al chuán 
que desconfiara de Pichegrú y de Mo- 
reau, y el día de la máquina infernal 
disuadió a Cadoudal de que tomara parte 
directa en el atentado de la calle de 
San Nicasio, porque supo que Eblis per- 
manecía en la sombra, detrás de Saint- 
Rejant, Carbon y Limotélan. 
Había predicho al chuán el fracaso 
de aquel asunto. 
Los acontecimientos le dieron la ra- 
zÓn. 
Marboze, por aquel entonces, se ocu- 
paba de las los oscuros manejos de 
Eblis, quien gracias a los múltiples per- 
sonajes que había representado: el in- 
tendente de la princesa Traceska, Bus- 
sac, etc., le despistó (1). 
Marboze no se atrevió a acusarle de 
haber hecho fracasar el atentado. 
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11) Véase El huracán de hierro, tomo X de esta Co- 
lección. 
COBTACCRBD 
AS 
No tenía pruebas, pera quedó per- 
suadido de que Eblis había prevenido 
a Bonaparte para que pasara ante el 
carro infernal antes de que pudiera pro- 
ducirse la explosión. 
El lector sabe que, por el contrario, 
Eblis tomó el puesto de Saint- Rejant, 
haciendo cuanto pudo para que el pri- 
mer cónsul pereciera. 
Marboze lo ignoraba. 
Las desapariciones de Eblis llevaron 
la duda a su espíritu, dispuesto ya com- 
tra él. 
Los acontecimientos de Holanda, re- 
feridos por Cadoudal, acabaron de exas- 
perar contra el trapacero de Eblis al 
leal vizconde, cuyo odio mo tenía ne- 
cesidad de aliciente para llegar al pa- 
roxISmo. 
Categóricamente, rehusó ayudar a Pi- 
chegrú y sus amigos a+raptar a Bona- 
parte, porque Eblis formaba parte del 
complot, y le desafió a singular combate. 
Era la segunda vez que lesto sucedía. 
Marboze estaba persuadido de que a 
la. tercera vez lograría su objeto, y le 
perseguía, buscando ardientemente la oca- 
sión. : 
Tanto más, cuanto que la muerte de - 
Cadoudal, que atribuía a Eblis — de 
una manera irrazonada, guiado por el ins- 
tinto, — había trasformado su odio en 
una especie de rabia, de locura furiosa 
contra Eblis. 
Compréndese que, con tales. sentimien- 
tos, lo que menos pasaba por su imagl- 
nación era abandonar Francia y la per- 
secución de Eblis. 
Mientras rumiaba de qué modo echaría 
mano al miserable, y repasaba con el 
- pensamiento - todas e deslealtades de su 
mortal enemigo, el capitán Rochet,  res- 
petando el silencio de su amigo, refle- 
xionaba en la mejor manera de conducir 
a Marboze sano y salvo al puerto más 
próximo. 
  
  
  
 
	        
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