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El carácter batallador y agresivo del
vizconde no dejaba de inquietarle.
Rochet calculaba que, llevándole con
una escolta, como prisionero, hasta Bou-
logne, y no dejándole hasta verle insta-
lado en el primer barco que saliese con
rumbo a Inglaterra, estaba salvado.
Pero el plan ofrecía grandes dificul-
tades. '
Había que confiar el secreto a los
gendarmes. ]
mejor sería disfrazar 1 Marboze
de gendarme y obligarle a seguirle, te-
niendo cuidado de vigilar el lenguaje y
los actos de su hermano de leche.
Iba a hacer esta proposición a Mar-
boze, cuando éste, saliendo de su mu-
- tismo, dijole:
- —¿Los dos gendarmes están aquí?
—Sin duda... Me haces pensar en ellos.
Voy a darles orden de que vuelvan al
cuartel. No los necesito, puesto que es-
tás libre... ¡Oh! Perdonad... Puesto que
estárs libre... Os he tuteado, porque pen-
- saba en mi proyecto, y, para disfrazaros
mejor...
—Mi querido Raúl — dijo Marboze,
sonriendo, — debes tutearme, por dos
razones: la primera, y la mejor, por-
_ que eres mi hermano, y la segunda,
porque la maldita Revolución ha procla-
mado la igualdad de todos los ciuda-
danos. Te ruego, pues, que continúes tu-
teándome, y yo soy el que me acuso
de haberme dejado llamar de «vos» por
tu. La abnegación fraternal de que das
- prueba acortaría las distancias, si las
hubiera, Tutéame, amigo...
—Lo intentaré — dijo ingenuamente
Rochet, — pero tendré que poner mu-
cha atención. Esperad... Espera que des-
pida a los gendarmes.
—Aun no — dijo vivamente Marbo-
ze. — Tengo que pedirte un favor.
— ¿Cual?
sionero, y a quien, al
MISTERIO DA. 00
—Ántes que a mi, han detenido a
un individuo...
—Que se ha sorprendido al verte pri-
parecer, tú no
CONOCES...
Marboze se echó a reír.
—Eso he fingido, pero le conozco al-
go... Le tiré de las narices en el cuarto
de Fleury, un cómico del Teatro Fran-
cés.
—¿Tú tiraste de las narices a Pa-
folio? — exclamó Rochet. — ¿Por qué?
—¡Ah! Se llama Pafolio — dijo Mar-
boze; — me había olvidado de su nom-
bre. ¿Que por qué le tiré de las narices ?
Porque denunció a Cadoudal y a su
amada, la señorita de Cranagh...
—¡Y yo que quería soltarle! Voy a
mandarle a París, bien escoltado.
—Guárdate de hacerlo... Por el con-
trario, ponlo en libertad, y confíamelo.
— ¿Quieres matarle?
—¡El cielo me guarde de tal cosa!
Ese individuo fué portador de un men-.
saje para Cadoudal, en el cual se le
prevenía “de que debían detenerle al dia
siguiente. e :
—Es imposible... Si era de la po-
licía... Haría, quizá, traición a Fouché.
—A fe mía, mo he comprendido nun-
ca a ese personaje, y me gustaría tener
una explicación con él... Su presencia
en los alrededores de Orleáns, me in-
triga.
—Quizá te espía.
—No lo creo... Le vi una vez salir
del palacio de Estac, en donde reside
Carot, amigo de Bonaparte, el marido
de la hermosa Olimpia de Maurevillers,
a quien Cadoudal protegió en Holanda.
Carot es enemigo nuestro... pero Carot
es noble y leal. Si Pafolio fuese un,
espía, o un traidor, Carot no le recibiría
en su casa.
—¿Qué es, pues, lo que deseas ?