Full text: Una muerte misteriosa

  
  
E 
WO TAROT CORTA SCABEZAS 
—Que pongas en libertad a Pafolio. 
y que le conduzcas tú mismo al .<«Ho- 
tel de San Carlos», cuyo dueño es uno 
de mis amigos. 
—Te advierto — dijo Rochet, — que 
el fondista tiene mala reputación. Ogier 
Durand... 
—Ese es su nombre; lo recuerdo. 
—Pasa por estar en connivencia con 
los realistas... Está señalado como sos- 
pechoso, 
-_—¡Caramba! Pues, si es así, que Pa- 
folio vaya solamente a verme. Puede de- 
cir su nombre; en casa de Ogier Du- 
rand, estoy en país amigo. 
—No permanezcas allí mucho tiem- 
po — díjole el capitán Rochet, — pues 
_te prevengo que tengo que hacer un re- 
“ gistro en aquella casa uno de estos días. 
Mira, aquí está la denuncia contra él, 
llegada de París, con orden de hacer 
uma encuesta. La he recibido hace dos 
' «horas, y pensaba ir mañana a ver lo: 
que pasa en el «Hotel de San Carlos». 
——Mañana no estaremos ya allí. Pue- 
- des ir por la tarde. Tranquilízate; no 
_prevendré a Ogier Durand de tu visi- 
ta, porque es un empecatado ladrón, y 
sospecho que hace traición a los realis- 
tas en provecho de los republicanos, y 
a los republicanos, en provecho de los 
realistas.  » 
- —Si tengo la prueba de ese doble 
juego — exclamó el capitán Rochet,— 
el asunto es claro. Prefiero cien veces 
un verdadero enemigo, a todos -los Ju- 
“das que hacen traición a unos y a otros 
por dineno. | 
—El número de los Eblis_— dijo 
- Marboze,—mo puede contarse. En Fran- 
“cia hormiguean los bribones. Manda a 
los gendarmes a buscar a Pafolio. 
El capitán Rochet abrió la puerta. 
-— Cansados por el trote que se habían 
dado, los dos gendarmes, sentados en 
una banqueta, espalda contra espalda, dor- 
mitaban. A 
Rochet, despertándoles bruscamente, les 
entregó la orden concerniente a Patolio. 
—¿Y el otro? — dijo uno de los ¡gen- 
darmes. 
- —¿Qué otra? 
—El prisionena que nos dió la orden 
de custodiar .el sargento La Tulipe. 
—Está libre. La Tulipe ha hecho una - 
tontería al detenerle, y vosotros sois dos - 
imbéciles. En marcha, y cuidado con las 
equivocaciomes. 
Intimidados, confusos, los gendarmes 
salieron. 
Marboze reía a carcajadas. 
—Querido Raúl — dijo a Boshat al 
eres el rey de los amigos. ¿Quieres ser, 
además, el rey de los hermanos de le- 
che? Corre a casa de un prendero, 
tráeme un sombrero y un traje decen- 
tes, y si pasas por delante de la tienda 
de un armero, procúrate dos pistolas y. 
un bastón de estoque... Más tarde sa- 
brás lo que quiero hacer con estos ju- 
guetes... AS: 
—Está bien, pero no te muevas de 
aquí hasta mi regreso. : de 
El bondadoso Raúl salió, dejando a 
Marboze impaciente. E 
—Y yo — gruñía, — estoy seguro 
de que encontraré al infame Eblis en 
la Tremblaye, y que mañana, uno de 
los dos habrá muerto. ¡Haré cuanto sea 
posible para no ser yo! ¡Jorge Cadoudal, 
amigo mío, juro por Dios, que tú y 
nuestros hermanos muertos testa mañana, 
seréis vengados! Algo me dice que es 
Eblis quien os ha entregado a Fouché. 
  
  
 
	        
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