EL PULGAR DEL INGENIERO 20 de
A :
¡El coronel había puesto en movimiento la má-
juina! + : se
La lámpara permanecía en el suelo donde yo la
había dejado para examinar la naturaleza del piso.
A su luz ví descender el techo lenta é implaca-
blemente, con una fuerza tal, y nadie como yo
Podía saberlo tan bien, que en un ininuto me redu-
Ciría á una masa informe. Me precipité contra la
Puerta gritando socorro, me desgarré los dedos con-
“tra la cerradura, rogaba y suplicaba y amenazaba
al coronel. ¡Inútil! El ruido de las palancas y de los
Cilindros ahogaba mi voz. El techo ya no distaba más
que un pie ó dos sobre mi cabeza y alzando la mano
Podía tocar la superficie dura y rugosa. Entonces,
Puesto que la muerte era inevitable, debía tomar una
Posición que la hiciera lo menos dolorosa posible.
Si me echaba boca abajo, el peso caería antes sobre
la espina dorsal y ya temblaba ante el horror del
Próximo choque. Si, por el contrario, me echaba
Sobre la espalda, ¿tendría valor para ver descender
Sobre mí aquella sombra mortal? Y cuando ya perdía
la razón y las piernas se me doblaban, ví algo que
Me devolvió la esperanza. dE ] |
- Ya he dicho que el techo y el suelo eran de hie-
£ro y las paredes de madera. Cuando arrojaba la
Postrer mirada en-torno mío, ví un débil rayo de
luz, y luego abrirse uno de los lienzos de la pared.
- Un segundo de vacilación, el tiempo preciso para.
darme cuenta de que por allí podía salvarme, y me
arrojé como loco en esta abertura, cayendo medio