4 EL CAPITÁN DE LA ESTRELLA POLAR 119
dado se vería desde la costa americana una inmensa
llama iluminando el Océano ; no encuentro otra ex-
plicación posible. :
—Querido Hammond, no lo creía 4 usted tan im-
bécil. Si se dedica á encontrar el sentido de todas
las conversaciones sostenidas por borrachos, ¡ menu-
das consecuencias deduciría usted ! Lo que tenemos
que hacer es imitarles y pasear ,sobre cubierta ; us-
ted tiene necesidad de un poco de aire fresco, porque
de seguro padece del hígado Y, este paseo A sentará
bien.
2mente,—sl es-
capo de ésta no me meteré en otra. Pero no es opor-
tuno subir ahora, pues se está nublando el cielo ; pre-
fiero quedarme y arreglar mi maleta.
—Espero que la comida le reanimará—me dijo
Dick. |
Acto seguido salió, dejándome en compañía do
mis amargas reflexiones; poco después tocó la cam-
pana llamando á los pasajeros para el comedor.
Creo inútil decir que estos incidentes me habían
hecho perder el apetito. Me senté á la mesa maqui-
_nalmente y ni siquiera oía lo que se decía alrededor
mío. Eramos unos ciento cincuenta pasajeros en pri- -
mera clase y los había de todos los países, así que
aquello parecía una Torre de Babel. Estaba colocado
entre una señora monumental y vieja, de tempera-
- mento nervioso, y un pastor protestante muy atil-
dado, pero como ni la una ni el otro iniciaron la con-
,
versación, hice lo mismo y me puse á examinar á
mis compañeros de viaje. Veía á Dick haciendo los