188 A. CONAN DOYLE
fuerte, que no se abatió en lo más mínimo y se deci-
dió á no perder tiempo entonces que sus minutos eran
tan preciosos para él. En el transcurso de algunos
días realizó una parte de sus bienes y marchó á Nue-
va York donde se embarcó para, Inglaterra.
Día y noche paseaba por la cubierta del buque,
reposando apenas algunas horas, tanto que los-mari-
neros miraban con asombro á aquel anciano que pa-
recia no dormir sin que su salud se resintiese. Debi-
do á este ejercicio constante que extenuaba sus ner-
vios podía vivir sin desesperarse. John no se atrevía
á preguntarse á sí mismo cuál era el objeto de su
viaje ni lo que esperaba. ¿Viviría aún Mary? En
tal caso, ¡qué envejecida debía estar! ¡Si pudiera
sólo volverla á ver y mezclar sus lágrimas con las
suyas! ¡Qué feliz sería al próbarle su inocencia, e
decirle cómo habían sido víctimas de una cruel fata-
lidad ! Veía la casa que-le pertenecía y en la que había
prometido esperarle y de la que no saldría hasta reci-
bir noticias suyas. ¡ Pobre amada, qué ajena estaría
de la sorpresa que le esperaba después de tan larga
- ausencia ! ¡ E |
Por fin, el buque llegó á la vista de los faros irlan-
deses y el cabo Lands'End apareció medio velado por
la bruma azulada y el trasatlántico siguió la costa
de Cornualles y echó el ancla por último en Ply-
mouth. John Huxford desembarcó y marchó rápi-
damente á la estación y algunas horas después se
encontraba en su ciudad natal de.la que había salido
como un pobre obrero medio siglo hacía. |
Pero ¿era aquella la misma ciudad? Si no hubie-