AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES a
—Lo que hemos podido averiguar en el lugar del suceso — dijo Sher-
lock Holmes — no tiene importancia alguna. Ya he formado mi opinión
respecto a este crimen, y sé, sobre poco más o menos, el camino que
debe seguirse. Sin embargo, bueno es que tengamos en cuenta ¡todos los
detalles posibles, para obrar después con mayor conocimiento de causa.
—Le admiro a usted, Holmes — contesté—, y tendría verdadero gusto
en que me demostrara de un modo claro y terminante en qué se funda
para fijar su atención en esa serie de pequeñas cosas que ha ido usted enu-
merando a Lestrade.
—Pues me fundo en señales indelebles, que no engañan nunca — me
.respondió—. Lo primero en que me fijé fué la doble señal hecha por las
medas de un coche que se detuvo junto a la verja; aparecían en el suelo
las dos huellas tan claras, se distinguían tan perfectamente, que no cabía
duda alguna que aquellos surcos habían sido hechos durante la noche an-
terior. Me fijé también en las señales que dejaron las herradurass del ca-
ballo, y vi que algunas de ellas dibujábanse en el barro con mayor cla-
ridad que las otras, lo que indicaba que la herradura era nueva. Tenía
la seguridad de que allí se detuvo un coche después de empezar a llover,
y luego, por las declaraciones de Gregson, supe que durante la mañana
no se había visto coche alguno. Deduje, sin gran dificultad, que durante
la noche llegaron en el coche el asesino y su .víctima.
— Hasta ahora me parece todo perfectamente lógico — le contesté—;
pero, ¿cómo ha podido usted averiguar la estatura del asesino?
—Voy a explicárselo. De cada diez veces, nueve puede deducirse con
exactitud la estatura de un hombre por la longitud de sus pasos. No
quiero cansar a usted con la serie de operaciones necesarias para con-
“seguirlo; pero es un cálculo perfectamente exacto y seguro. Bástele saber
que he sumado dos veces primero el número de pasos que. dió en aquel
pasillo sucio y polvoriento. Además, fíjese usted en que siempre que un
hombre escribe o dibuja en la pared, instintivamente lo hace a la altura
de sus ojos, y la palabra aquella estaba a un metro ochenta y dos centí-
metros del suelo. ]
—¿Y su edad ? — insistí.
—Si un hombre puede sin esfuerzo alguno dar un paso que mida un
metro veinte centímetros, no puede pensarse que tal hombre sea viejo
y achacoso; por el contrario, debe tratarse de un individuo que se halle
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