4 AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES
—d¿Adivinar qué? — me respondió bruscamente.
—Que ese hombre era un subteniente de marina.
' "Ti Vaya.una cosa! — — murmuró por lo bajo.
“Luego añadió sendos
—Perdone, amigo Watson, mis intemperancias ; ha interrumpido us
ted el curso de mis pensamientos ; pero... acaso sea preferible. Después:
«de todo, me alegro. Es decir que ¿de veras no adivinó usted desde el
primer momento que aquel hombre había sido O era subteniente de navío!
_—De veras; no lo adiviné.
Sin embargo, era, más fácil adivinarlo que explicar el proceso de ol
servación conducente a ello. Me es tan difícil explicárselo a usted bien,
completamente bien, como a usted le sería el explicar que dos y dos
son cuatro; y no obstante, nada ta absolutamete cierto, ¿verdad? De
todas maneras, «se lo explicaré a usted como pueda. Cuando aquel indi-
viduo estaba frente a la casa, pude observar un tatuaje azul em el. dorso
de una de sus manos. Esto es un. signo característico de todo marino ;
además su tipo era, militar; aquellas patillas y aquella sotabarba lo pre-
gonaban escandalosamente. Tenía cierto aire altivo, y andaba y. se movía
como el que está acostumbrado a mandar. ¿No se £ijó usted en su modo
de levantar la cabeza y. cómo golpeaba el suelo con el bastón?... Y por
último, como no era muy joven, sino que más bien tenía una vaga apa-
riencia de respetabilidad, deduje que aquel AS: había sido o era sub-
teniente de navío.
—¡ Maravilloso! — exclamé asombrado.
—Muchas gracias; pero no hay tal.-— replicó modestamente Holmes,
aunque me pareció adivinar que le había halagado mucho aquel grito mío
de espontánea admiración—. Le dije a usted antes que ya no había crimi-
nales dignos de tal nombre, ¿es verdad? — añadió, cambiando de tono—.
Pues bien; me equivocaba de medio a medio al afirmarlo. Lea usted.
Y me de la carta que acababa de entregarle el mandadero.