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198 A. CONAN DOYLE
la impostura más desvergonzada de las que yo
había presenciado.
El convenio y la señal habían sido verdadera-
mente demasiado visibles.
—El profesor Gilroy no está satistecho—di-
jo fijando en mí sus extraños ojillos. —Mi pobre
abanico va a tener todo el honor de este experi-
mento. Vamos, pues, a intentar otra cosa. Miss
Marden, ¿tiene usted algún inconveniente en
que la duerma?
—Ninguno; yo misma lo deseo — exclamó
Agata.
En este momento la sociedad entera se había
agrupado a nuestro alrededor, los hombres con
sus blancas pecheras, las mujeres con sus blan-
cos senos, los unos fascinados y las otras con la
mente despierta, como si se hubiera tratado de
una escena que participase de la ceremonia re-
ligiosa y de la representación de un mago.
Habíase puesto en medio de la pieza una bu-
taca de terciopelo rojo.
Agata se había recostado en ella, un poco en-
carnada y agitada de un ligero temblor ante la
idea del experimento, como yo podía ver por el
estremecimiento de las espigas. |
Miss Penelosa se levantó de su silla y se in-
clinó sobre ella, apoyándose en el bastón.
Y, entonces, se produjo un cambio en esta
mujer. j
Ya no parecía pequeña ni insignificante.
MATES