EL PARÁSITO 231
Al fin, precisamente en el curso de una distri-
bución de cartas, arrojé las mías en la mesa,
balbucí algunas excusas incoherentes a propó-
sito de una cita, y me precipité fuera de la
pieza.
Tengo un vago recuerdo, como el de un sue-
ño, de haber recorrido el pasillo a paso de car-
ga, de haber, por decirlo así, arrancado mi som-
brero de la percha y de haber cerrado violenta-
mente la puerta al salir.
Veo también, como en un sueño, las líneas de
faroles de gas, y mis botas llenas de barro me
prueban que debí de echar a correr por en me-
dio de la calle. .
Todo tenía un aspecto velado, extraño, poco
real.
Fuí a casa de los Wilson.
Vi a mistress Wilson, y vi a miss Penelosa.
No recuerdo casi de qué se habló, pero sí de
que miss Penelosa me amenazó en broma con
el puño del bastón y me acusó de haber llegado
tarde y de no interesarme ya tanto por nues-
tros experimentos.
No hubo magnetización, pero permanecí allí
unos momentos, y acabo de volver a mi casa.
Mi cerebro ha recobrado ahora toda su clari-
dad, y puedo reflexionar sobre lo que ha suce-
dido. |
Es absurdo atribuirlo todo a la debilidad y a
la fuerza de la costumbre.