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264 A. CONAN DOYLE
La verdad es que mis lecciones se han con-
vertido en un objeto de burla para la Universi-
dad.
Mi anfiteatro estaba atestado de estudiantes
que iban a ver y a oir lo que hiciese o dijese el
profesor estrambótico.
No puedo entrar aquí en los detalles de mi
humillación.
¡Oh! qué diabólica mujer... No ha habido
bufonada, no ha habido estupidez, por completa
que sea, que no me haya obligado a hacer.
Empezaba yo mi lección en términos claros
- y convenientes, pero siempre con la sensación
de que mi inteligencia iba a sufrir un eclipse.
Entonces, sintiendo la influencia, luchaba
contra ella, apretando los puños y con el sudor
en la frente para vencerla, mientras los estu-
diantes, que oían mis frases incoherentes y veían
mis contorsiones, se reían a carcajadas de las
muecas de su profesor.
Después, cuando ella se sentía bien dueña de
mí, me hacía decir las cosas más absurdas. Ha-
cía yo bromas tontas y decía frases sentimen-
tales, como si estuviese brindando, tarareaba
canciones populares o me metía groseramente
con tal o cual de los asistentes.
Luego, de repente, mi cerebro recobraba to-
da su lucidez, reanudaba yo mi lección y la aca-
baba convenientemente.
¿Qué tiene de extraño, después de esto, lle
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