58 A. CONAN DOYLE
se reanudará entonces, y con más violencia que
nunca, si antes mo hemos conseguido poner en |
claro quién es el culpable del delito que se im-
puta a usted.
— ¿Y bien?—preguntó el joven alzando sus
ojos hacia el detective, como si le preguntara
adónde quería ir a parar con ese preámbulo.
—Y bien—respondió Sherlock Holmes, exal-
tándose cada vez más.—No hay en esta clase
de asuntos detalle que no tenga interés. Usted
está ahí demorando, por quién sabe qué escrú-
pulos, una confidencia que quizá sea importan-
te. Está en juego la tranquilidad de usted, su
honor tal vez, porque el mecanismo de la jus-
ticia, si se le deja solo, puede llevar a los peores
extremos; y ahí está usted parado en pelillos,
contenido por quién sabe qué repulgos de empa-
nada, callando un dato que tal vez puede servir-
nos de mucho.
—La cosa no es para menos—murmuró el
joven.—Pero voy a hablar, señor Holmes. Há-
game el favor de tomar asiento. Y discúlpeme
si he estado contrariando sin querer sus espe-
ranzas; no creía haber dejado ver que tenía al-
go que decir. Pero soy hombre de honor, y me
cortaría la lengua antes de revelar hechos que
pudieran causar grave daño a otros, sobre todo
a una persona que es acreedora a mis más ar-
dientes simpatías...
— ¡Vaya !—exclamó Sherlock Holmes sen-