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64 A. CONAN DOYLE
y en todas se comprobó que no habían substraído
ningún instrumento de los depósitos.
—Si—dijo el pesquisante, al cabo de un mo-
mento de meditación. — Querer descubrir en
Londres a un deshollinador, y, sobre todo, a
un deshollinador que no existe, es como bus-
car una aguja en un pajar. Bueno; nos queda
todavía el último recurso; encontrar al indivi-
duo que se hizo rapar la cabeza en la madru-
gada del martes.
El joven se sonrió intencionadamente, dan-
do lugar a que su maestro le interrogara con la
mirada.
—Ya pensé en eso, señor Holmes—explicó
Harry Taxon, no sin cierta presunción.—Como
según me explicó usted el deshollinador no po-
día haber sido uno del oficio,. sino un improvi-
sado, recorrí también las barberías de White-
chapel, pero sin ningún resultado.
El detective hizo una mueca de contrarie-
dad, y dijo: |
—Entonces, hay que apelar al último extre-
mo: recorrer las tabernas de ese barrio en bus-
ca del individuo rapado cuya filiación corres-
ponde a la que ya le he dado, ¿la recuerda?
—Son tres datos solamente—respondió el
joven.—Alto, un poco grueso y buen mozo.
—Exactamente — dijo Holmes. — Pero eso
lo hará mañana, porque esta noche vamos
a seguir otro hilo. Por lo pronto, sentémonos