12 EL CRIMEN Y EL CRIMINAL
El individuo aquél hizo ademán de detenerme, pe-
ro fué demasiado tarde. Mi pañuelo desapareció en la
obscuridad de la noche. |
- —¡ Dios de Dios !—exclamó con una excitación que
no dejó de sorprenderme.—; Qué ha hecho usted !
—Lo que usted ha visto—contesté con naturalidad,
—+tirar mi pañuelo... ¿ para qué lo quiero? ¿Cree usted
que, estando como está, habría de llevármelo á casa ?
—;¡ Estaba marcado? — preguntó de un modo ex:
traño. : e
—Creo que sí ; pero... ¿á qué viene esa pregunta ?
Se inclinó, poniendo su mano sobre mi hombro y,
“ con acento que me hizo estremecer, dijo :
—¡ Hombre de Dios!... ¿ Y si lo encuentran ? ¡ Puede
ser para usted ese pañuelo cuestión de vida ó muerte...
¡ Vámonos!... ¡ Hay que buscarlo! |
Era ya hora, realmente, de abandonar el coche, por-
que dos ó tres veces pude notar las insistentes mira-
das de un mozo de la estación, extrañado, sin duda,
de nuestra permanencia en el tren por espacio de tan-
to tiempo; pero esto no podía ser motivo para que aquel
sujeto desconocido, pasando su brazo por el mío, me
arrastrase hasta la plataforma. |
—Hágame usted el favor — le dije — de soltar mi
brazo.
Sin fijarse, al parecer, en lo que acababa de decirle,
continuó tirando de mí con más fuerza. |
—Vamos á un sitio—dijo—muy cerca de aquí, que
conozco muy bien, y le curaré en un momento esa he-
rida. Entiendo algo en medicina, y verá usted que pron-.
to le dejo arreglado.
—Tenga usted la bondad de soltar mi brazo—repe-
tí sin moverme del sitio.—Le quedo muy reconocido
por su ofrecimiento, pero prefiero ir en derechura á
mi casa. ]
—;¡ Perfectamente ! —contestó con una tranquilidad
que me sacó de quicio.—Nada hay en el mundo como