EL CRIMEN Y EL CRIMINAL 285
te usted seguir divirtiéndose á costa mía, ó no le salva
ni la presencia de esta señora,
—Pero... ¿qué es lo que usted quiere ?
—Dijo usted que no sabía una palabra de mi hija;
me dijo que no podía ayudarme, me aconsejó que vol-
viera á mi tierra en el primer vapor, y ahora ya com-
prendo el interés que á usted movía en todo esto...
—Pues ¡que me ahorquen si entiendo una palabra
de lo que usted dice!
—¡ Conque sí? ¿eh?... ¿No entiende da una pala.
bra de lo que digo y guarda usted el retrato ?..... )
—¡ Qué retrato !
—¡ El de Loo!...
—¿ Y quién es Loo?...
—¡ Mi hija...
—¡ Fíjese usted, Mr. Haines, porque yo ya no sé si
está utsed loco ó cuerdo! Quiero suponer lo último, y
como á tal he de tratarle. Le repito que no sé de lo que
me habla, y que sé tanto de su hija como de los habi-
tantes de la luna.
—Usted podrá decir lo que le venga en gana, pero
¿cómo quiere usted que le crea si veo que tiene su re-
trato?
—i¡ Que tengo su retrato?... ¿En dónde?
- —¡ Aquí!... —exclamó, dando un salto, y recogien-
do da suelo la fotografía.—] Aquí lo tiene usted !
En el momento de recogerla vió el segundo retrato.
—¡ Cómo!... —dijo—¡ Hay otro!... ¡ Tiene usted dos
retratos de mi hija!... ¿ Y se atreve usted á decirme que
no sabe de ella una palabra? ]
Un rayo de luz pasó por la mente del detective. Las
pupilas de sus ojos se dilataron, y en su mirada retra-
tóse la viva ansiedad de que era víctima.
—Ruego á usted,-Mr. Haines — dijo — que medite
cuidadosamente lo que dice, porque sus palabras tie-
nen bastante más trascendencia de la que usted pue-
de suponer. ¿Conoce usted de veras al original. ide e...
. fotografías ?