EL CRIMEN Y EL CRIMINAL
hablar ni escribir á nadie de esto! ¿sabes?... ¡ Adiós!...
Me voy á escape, por si logro alcanzar el tren.
Cogió los retratos, y salió.
La señorita Hetty dirigióse entonces á Mr. Haines
que parecía sumido en un letargo de muerte, y le dijo:
—Si usted quiere ver las cartas, vámonos al mo-
mento, porque á las ocho tengo que estar en el teatro.
Juntos salieron de la casa del detective, la joven y
el americano, guiando ella hacia la calle Coventry.
De pronto se detuvo Hetty, y cogiendo del brazo á
Mr. Haines, le dijo :
—Mire, señor : ¡ahí está !
—;¡ Quién ?
—¡ El novio de Milly !
—¡ Dónde ?
—;¡ No ve usted á ese joven alto que está de píe en
la acera hablando con un cochero?... ¡Ese es! e
Mr. Haines quedó asombrado. Temblaba como las
hojas de los árboles empujadas por el huracán
—;¡ Está usted segura ?
—;¡ Completamente segura !... ¡ Segurísima !...
Mr. Haines avanzó en derechura hacia aquel hom-
bre, mientras que su compañera quedó en acecho, te-
miendo algo que no podía precisar.
Cuando el americano pudo llegar al sitio en que es-
taba el novio de Milly, entraba éste en el coche y partía
á la carrera, no sin que Mr. Haines le hubiese visto á
su sabor. po : >
| ¡Es él —dijo.—¡ Es el aristócrata de ella !... Ya per-
cibí que olía á sangre, el día primero que le vi, pero no
pude nunca sospechar que esa sangre fuese la de mi
hija...
Levantó las manos sobre su cabeza, en actitud de
pronunciar una sentencia, y los transeuntes le mira-
ron con asombro, al ver que hablaba y gesticulaba en
medio de la acera, tachándole, algunos, de borracho,
y los más de loco.