80 EL CRIMEN Y EL CRIMINAL
algunas frases galantes, de las cuales surgió nuestra
conversación, y como resultado, el hacer el viaje juntos
en el mismo departamento.
Probablemente sentía yo, en aquellos instantes, más
que nunca, la necesidad de una compañía simpática, y;
á fe que no tuve motivos de queja de la que la casuali-
dad me deparaba. E
No estaba la mujer aquélla en su juventud primera,'
ni mucho menos, pero tenía buen ver, sin afeite ni reto-
que alguno, cosa que me gustó siempre en las mujeres,
porque la experiencia me ha demostrado, que las que
se retocan más de lo regular, suelen no ser del todo
limpias. |
Era elegante, como podría serlo una de las más en,
copetadas de la alta sociedad. Había viajado mucho,
conservando el barniz de ilustración que, por lo menos,
suele adquirirse en los viajes; y vestía con refinado
gusto y coquetona elegancia. |
Yo no habría tenido inconveniente alguno en dar
con ella unas vueltas por el Parque.
Me pareció excesivamente franca, y esto me hizo
ser un poco receloso, porque no suelen ser las mujeres
tan espontáneas con cualquier desconocido como aqué-
lla se mostró conmigo, aunque á decir verdad, y mo-
destia aparte, á ello pudieron contribuir mis facultades
de sempiterno adorador no desprovisto de fascinadores
_Tibetes.
Me dijo que era viuda y dióme su tarjeta y señas.
Llamábase la señora Daniel J. Carruth, y tenía su
casa en West Kensington. A
Nacida en Inglaterra, casó con un americano, cir-
cunstancia que explicaba su nombre, y después de mu-
chos años de ausencia de su país, volvía á él, huyendo
de la soledad en que se ahogaba, según me dijo y yo
dí por cierto, sin más que ver las ansias con que en mí
procuraba desquitarse de la tan aborrecida situación.
-—; Tiene usted hijos ?—le pregunté. 2d
-- —No—respondió ;—y crea usted que no sé si ale.