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193 FALSA EVIDENCIA
Cuando, media hora más tarde, bajé al comedor,
apareció en él mi hermana dispuesta á servirme la
mesa.
—Pero... ¿todavía no se ha marchado el amigo Hol-
dern? — pregunté sorprendido.
—No, Hugo, todavía no — contestó Mariana algo
cobibida. — ¡ Vaya! ¡Esta perdiz te la he servido para
algo!... ¿Qué tal encuentras la salsa ? ¡ Un poco espesa !
¿Verdad? :
Me tenía aturdido con su charla y abrumado con
fus atenciones y caricias. Desde luego noté que estaba
muy nerviosa y que mostraba interés decidido de no
separarse de mi lado.
—¿No sería mejor — la dije, — que fueras á pre-
guntar al amigo Holdern cuándo piensa marcharse ?
Antes que dejarle solo, es preferible que le hagas en-
trar aquí. die
—¡ Oh ! No te molestes, Hugo — respondió acaricián-
dome el cabello. — Mr. Holdern no tiene prisa... ¡Co-
mo que está aquí desde la hora del te de la tarde!
-_—¡ Diablo! — exclamé, dejando un vaso de vino
clarete que sir Francisco me había regalado, y mirán-
dola con sorpresa. — ¡Y qué desea? ¡Tan fuerte es lo
que intenta pretender, que le da miedo explanar su de-
manda?... ¡ Ah, vamos... sí, yá lo entiendo!... Tal vez
alguna subscripción de importancia...
—¡ No... yo creo que no, Hugo!
Cruzó por mi mente una sospecha vaga, y, cogiendo
á mi hermana por los brazos, la senté sobre mis rodi-
llas, mirándola fijamente. |
¿Será que ese hombre te está ha-
ciendo el amor?
Púsose colorada como la grana, procurando ocultar-
me su rostro con las manos para que yo no lo notase.
—Yo... — dijo balbuceando, — pues... temo que no
te equivoques, Hugo... y... Y...
- —¡Y qué?
—Pues... que yo se lo he consentido.