FALSA EVIDENCIA 137
mal ?... ¡ Está usted lívido ! — exclamó, cerrando el aba-
nico y corriendo á mi lado.
Extendí la mano para retenerla á distancia, sin po-
der decirla ni una palabra.
—¡ Que ha venido esta noche ?... — repetí como ha-
blando conmigo mismo.
La idea, la sola idea de que pudiese estar allí Ruper-
to Devereux, me parecía absurda. ¿Cómo podría yo
sentarme á la mesa, estando él en ella? ¿Cómo podría
yo ponerme frente á frente de aquel hombre, sin de-
jarle comprender en mi mirada todo el odio concentra:
do que por él sentía mi corazón? '
Y Maud, mi princesa Maud que acababa de hacer-
me el hombre más feliz de la tierra, era hija suya...
¡Oh! Semejante pensamiento me ahogaba. |
Sonó la segunda campanada para la comida, y lo-
gré reponerme un poco.
—Siento haberla alarmado, Maud. Esté usted tran-
quila ; todo ello no es nada. Deben esperarnos ya en el
salón, y no tengo tiempo para dar á usted explicacio-
nes que... Conocerá, probablemente, algún día.
Abrí la puerta, hacióndome á un lado para que pa-
Rase.
Salió atravesando aquella estancia ricamente alfom-
brada, y, al pasar á mi lado, clavó sus ojos en los míos,
envolviéndome en una mirada tierna, dulce, acaricia-
dora. Por un instante quedé sin moverme, pero puse á
contribución todas mis energías, y an bras ella hacia
el comedor.