142 FALSA EVIDENCIA
Tal y tan grande fué la transformación que ésta su-
friera, merced á la iniciativa de Maud, que al princi-
pio me costó trabajo reconocer el sitio aquel, á pesar de
serme tan familiar.
- Hermosas luces de variados colores, artísticamente
combinadas, pendían de los guanteletes de muchas ge-
neraciones de Devereux, y el pavimento de roble ne-
gro brillaba al contacto de la iluminación, como puli.-
do y abrillantado ébano.
Toda aquella iluminación no era bastante, sin em-
hargo, para arrancar de aquellos sitios el sello de tris-
teza y austeridad que le daban la soberbia galería de
techo abovedado, ennegrecido por la pátina de los si-
elos, y sus entablerados marcos cuajados de trofeos gue-
rreros de todas las épocas y de todos los países.
Bailé con la señorita Oliva, y cuando, terminado el
baile, descansamos á la sombra de uno de mis an-
tepasados, que nos miraba con la gravedad de una es-
tatua, se acercó el capitán Haselton, recordando á Oli-
va el compromiso de bailar con él, y juntos se fueron,
dejándome solo. : |
A. mi frente, y no muy lejos, estaba Maud, bañada
por la suave luz de un ventanal de colores, y en torno
suyo agitábanse, en dulce mariposeo, muchos de los in-
vitados, haciéndola la corte. Me pareció notar en ella
que se aburría de lo lindo en medio de aquella turba-
multa de adoradores, mientras que sus ojos, girando,
al parecer, con suprema indiferencia, buscaban los
míos, como si quisiera indicarme que tenía algo que
decirme.
Atravesé el salón, y me dirigí á ella.
—Me prometió usted un vals, señorita Devereux —
la dije muy ceremonioso, — y vengo á reclamar el de-
recho que me da su promesa; ¿sería usted tan amable
que me concediera el que están preludiando ?
Después de vacilar un instante, se colgó de mi bra-
pct nos lanzamos al torbellino de parejas que val.
saban. )