FALSA EVIDENCIA
XXIV,
VISITA NOCTURNA
Cualquiera diría, al verme salir aquella noche de!
palacio Devereux en traje de etiqueta, que las libacio:
nes del espléndido banquete dado por el coronel ha-
bían producido en mí su natural efecto. Zumbaban mis
oídos, flaqueaban mis piernas, y mi paso, al atravesa1
el parque, era inseguro y vacilante. Parecía realmente
un borracho.
Al llegar á mi casa, noté que me faltaba la llave, é
hice sonar la campanilla, acudiendo la criada, que me
recibió con un grito de alegría.
—¡Ah! ¡Gracias á Dios que llega usted, señorito |
¡Como que John acaba de subir al palacio para rogar-
le que viniera! Hace más de una hora que está espe-
rando una mujer de aspecto raro, y dice que tiene ne-
cesidad absoluta de verle cuanto antes. Cada minuto
gue pasaba sin su regreso, esa pobre mujer sentía una
impaciencia tal, que, ¡ francamente, yo no sé qué pen-
gar de todo eso!
—¡ En dónde está? —pregunté. ¡
- — —En el despacho del señorito. Ya di yo un vistazo
por allí, no fuera que se apropiase de algo que no le
pertenece... porque... ¡tiene un aspecto la tal mujer!
E No dejó de chocarme la visita de una mujer á tales
horas, pues aun cuando supuse que sería la mujer de
algún colono, me: extrañaba muy mucho que llegara
hasta mí en horas tan intempestivas..