150 FALSA EVIDENCIA
Entré en mi despacho, y vi que me era desconocida.
Sin embargo, yo recordaba haber visto aquella cara re-
pugnante y sucia en alguna parte. Púsose en pie al ver-
me, y, arrebujándose en su chal, me dijo:
—Perdóneme el señor que venga á verle á tales ho-
ras. He venido... porque quiero hacer á usted un favor.
¿ No me reconoce el señor? Soy la mujer de John Hil-
ton, aquél á quien fué usted á ver la otra semana.
La reconocí entonves, y empecé á sentirme intere-
sado. *
—¡ Verá usted ! Se trata de... ¡yo no sé cómo decír-
selo !... Sabe usted, á mi John le dan arrebatos de vi-
no, y hoy le ha dado uno. Siempre que le pasa esto, se
pone hecho una bestia mala. Parece que está muy en-
fadado con el señor á causa de aquel papel que usted
escribió y él firmó; dice que si usted lo enseña, él lo
va á pasar muy mal...
—¡Bueno! ¿Y ha enviado á usted para que se lo
lleve, ¡verdad ?
—;¡ No, señor! ¡De ningún modo! Si él supiera que
yo he venido á ver á usted, pues, me mataría.
—Entonces, ¿qué es lu que usted desea ?
—Pues de eso se trata, y déjeme hablar. Es él quien
va á venir á recogerlo.
—¿ De veras ? pa para cuándo habré de esperar esa
visita ?
Para esta noche, señor.
Me dejé caer de espaldas en el sillón, riendo nervio-
samente. Aquella pobre mujer debía estar loca.
—No se ría el señor de lo que digo — añadió medio
gruñendo, — porque si no vengo yo á decirle esto, acasc
tendría que llorar. El no viene á pedirle ese papel ;
piensa venir á cogerlo y á devolver á usted no sé qué
2osas que usted le dió en nuestra choza. Vendrá él y
un compinche suyo.
Al punto me di cuenta exacta de lo que significaban
las palabras de aquella mujer. La noche no podía ser
más fecunda en acontecimientos.