88 e FALSA EVIDENCIA
toda la finca; así que, si no tiene inconveniente, puede
estar preparado para las tres. Iremos á caballo.
—Estoy — le contesté, — á la disposición de usted
á todas horas. | | :
En aquel momento pasábamos al pie de la gran es-
calera de roble que bajaba al salón, y nos encontramos
con las dos muchachas de la partida de tennis. Sir Fran-
cisco se detuvo. e en
- —¡ Hola, querida Maud ! — dijo. — Permíteme que
te presente á Mr. Arbuthnot. ¡ Mr. Arbuthnot! Presen-
to á usted á mi nieta señorita Devereux, y á su linda
amiga señorita Oliva Parkhurst. y ¡
. Maud hizo una ligera inclinación, y, sin detenerse
apenas, siguió cruzando la sala. Pero la señorita Oliva
me dirigió una mirada imposible de sostener.
—Han pasado ustedes — dijo pretendiendo enta-
blar conversación, — una mañana deliciosa charlando
sin cesar. — )
La señorita Devereux, algo separada de nosotros,
daba muestras de impaciencia al ver el afán de su ami-
ga que, á todas luces, quería continuar á nuestro lado.
Ambas habíam cambiado su vestido de mañana por
el de amazona, y aunque las dos estaban encantadoras,
yo no podía apartar mis ojos de la señorita Devereux.
Arrogante, altiva y desdeñosa, tenía toda la genti-
leza y hermosura de las princesas de Tennyson. Una
sola vez se encontraron nuestros ojos, y el ceño carac-
terístico de su mirada pareció acentuarse visiblemente,
somo si para ella, la admiración de los demás fuese li-
bertad imperdonable. |
—Efectivamente — dijo sir Francisco, — hemos pa-
sado una mañana muy agradable, y nos disponemos á
pasar la tarde del mismo modo. Pensamos, Mr. Arbuth-
not y yo, montar á caballo y recorrer los contornos ;
¿queréis ser de la expedición ? | a
La señorita Oliva avanzó sonriendo. |
- —Tendré — dijo, — un verdadero placer siendo de
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