HU. U
gastos y contribuciones extraordina-
rias, bastan unos tres años para que
todo el capital de un socio de esos mal
llamados clubs pase a poder de los que
lo dirigen o administran. |
Cierto amigo del autor, que ha per-
dido una fortuna en el tapete verde, y,
por consiguiente, debe de saber lo que
dice, asegura que el bacará es el mejor
y más seguro juego para ganar dinero,
si el jugador aprende a detenerse o re-
tirarse a tiempo. Y como ese juego es
tan deliciosamente fácil, suponemos
que toda la ciencia de él estará, preci-
samente, en eso mismo, en saber reti-
rarse a tiempo. Ciencia que Daniel pa-
recía poseer intuitivamente, pues no-
che tras noche ganó cantidades de con-
sideración. No llegaban sus ganancias
a grandes sumas cada noche, pero se
embolsaba cuarenta o cincuenta libras
esterlinas, y hasta una o dos veces lle-
gó a cien libras, y hubo día de doscien-
tas. Sus pérdidas fueron insignifican-
tes, de suerte que, en poco tiempo, se
vió envidiado y considerado como el
favorito de la vendada diosa,
Entre los más asiduos concurrentes
al club estaba un disipado corredor de
Bolsa, que jugaba fuerte, y que algu-
nos meses después no pudo cumplir
sus compromisos. Una noche, o mejor
dicho, una madrugada, el tal corredor
y Daniel salieron juntos del club y an-
duvieron buen trecho antes de encon-
trar un coche,
Qué suerte la suya, Bourchier !—
“dijo con envidia el compañero de Da-
niel—. A usted nunca le llega la mala
hora,
- —8Í, tengo bastante suerte — dijo
Daniel, con el tono de quien atribuye
- sus ganancias más bien a sus propios
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ONWAY
méritos que a la casualidad, achaque
muy común entre jugadores.
—Es raro que no haya usted inten-
tado hacer algo en la Bolsa mientras
le dura tan buena fortuna. Con eso, 2
la vez que me daba ocupación, se po-
dría usted ganar una bonita suma.
Daniel estaba muy dispuesto a gar
narla, pero las operaciones sobre ac-
ciones y valores le infundían respeto ;
no sabía gran cosa de ellas y tenía la
idea de que cuantos se metían en ta:
les honduras, salvo raras excepciones,
salían con las manos en la cabeza,
——Permítame usted que venda por
su cuenta algunos Orinocos ; la baja es
segura, lo sé de buena tinta.
—Lo pensaré — dijo Daniel, me-
tiéndose en un coche. ¡
Gumplió su promesa y lo pensó, con
tanta mayor razón cuanto que el co-
rredor volvió a darle igual consejo al
siguiente día, y se mostró más seguro
todavía de la próxima baja anunciada.
Daniel lo pensó, pues, y acabó por to-
mar una resolución que demostraba su
sagacidad.
Siendo los Orinocos valores ameri-
canos, sabía que sus fluctuaciones las
dirigían sus propios compatriotas, gen-
te lista si la hay, y muy amiga de em-
bolsarse la mayor cantidad posible de
dinero inglés. Si de él hubiese depen-.
dido el valor de los Orinocos hubiera
cuidado ante todo de hacer creer a los
demás que la fluctuación esperada era
la diametralmente opuesta 2 aquella
de la cual contaba aprovecharse, “Puyo
el buen sentido de reírse de los datos e
informes de su amigo, y también el
valor suficiente para reunir todo el di-
nero que pudo y Ponerlo, por vía de
“introducción, ante un corredor tuya
solvencia no le infundiera el menor