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mo nadie. Ni seguía al cantor, ni le
precedía : le acompañaba. De poder,
tenía la costumbre de observar el ros-
tro, y en especial los labios, del cantor
o cantatriz; y en aquella ocasión, al
contemplar a Francisca, al verla ensan-
char el vigoroso pecho y al oír su voz,
que se elevó con tal fuerza y pureza
que aun él, su gran admirador, apenas
crela posibles, dub tanta su emoción,
que estuvo a punto de sucumbir a ella
- y suspender su acompañamiento. Lo-
eró terminarlo, sin embargo, bam ma-
gistralmente como lo empezara; y
cuando cesó aquella armonía dulcísima,
- cuando la, habitación quedó como vacía
y sin vida ni color al faltarle el encanto
de aquella portentosa voz, Herr Kau-
-litz saltó de la banqueta del piano, abra-
zó estrechamente a la gram cantatriz y
- estampó dog sonoros besos en sus me-
jillas. Por sorprendente que fuese aquel
acto, no se ofendid la joven: ; compren-
día perfectamente lo que significaba,
sabía que el entusiasmo había, enloque-
cido al anciano profesor, y también que
aunque ella hubiese sido la mujer más.
fea del mundo, su saludo hubiera sido
idéntico : no la besaba a ella, sino asu
voz. Mucho le agradó aquel fallo, por-
- que Herr Kaulitz había oído y juzgado
- a todas las reinas del canto de su época.
La agitación del maestro era dema-
siado profunda para permitirle expre-
=sarse en inglés; así fué que dió libre
curso a sus felicitaciones en alemán, en
una rápida sucesión de frases gubura-
les, intercaladas de exclamaciones tan
- resonantes, que cuantos las olan pare-
JLo cian imaginarse que la. pobre Francisca
estaba recibiendo impávida un chapa-
rrón de invectivas violentísimas. Como
final, soltó el hombrecillo una retahila
de participios e > infinitivos e no o había.
A
HUGO CONWAY
más que oír y que aturrulló a todos'los
presentes. Después sacudió enérgica-
mente ambas manos de la; artista, y ha-
ciendo un esfuerzo pudo volver a expre-
sarse en su averiado imglés, excusándo-
se con toda. modestia por las libertades
tomadas. ;
—Pero ella comprenderá, sí, dl
comprenderá—decía dirigiéndose a los
demás —que yo no he saludado. a la
mujer, sino a la artista, :
—Poco lisonjero es eso, para mi per-
sonalmente, Herr Kaulitz— dijo ella,
sonriéndose—, por mucho que lo sea
para la cantatriz.
—;¡ Oh, no! —exclamó su admira-
dor—; yo no puedo lisonjearla. Está
usted por encima de todas las haonjas, |
como mujer y como artista,
Francisca se inclinó con cómica mo-
destia.
—Y ahora, recójase usted. No dad eS
haber cantado esta noche, ni aun para
Yo me voy ahora mismo y ella tie-
ne que retirarse a descansar—continuó,
dirigiéndose a la señora Trenfil—, Sólo
de pensar que se haya excedido algo,
que pueda enfermar... -¡Oh, sería te-
rrible ! |
Presa de remordimientos, se retiró
tan rápidamente como había .entrado.
La señora Trenfil insistió en que se
siguieran los consejos del maestro, y
Francisca la obedeció con gusto, por-
que, en realidad, la jornada empezaba
a parecerle larga.
Pero tardó algún tiempo en conciliar
el sueño. Deciaso que estaba. ya en In-
glaterra y que se acercaba el día para
ella tan solemne de su estreno. No com-.
prendía ni aceptaba término medio en-
tre una. victoria completa y un fracaso
definitivo. No se había dedicado a su
arte para ganar dinero como cantatriz .