Full text: Rienzi

- un hombre afortunado. 
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hasta que llegaron a 1as puertas de la ca- 
sa, en las que el emisario del cardenal 
tuvo que quedarse con dos palmos de 
narices: : 
- —¡Que el diablo cargue Con ese tuno! — 
“exclamó mordiéndose los labios de ra- 
- bia—. Si el cardenal saca tato partido 
- como yo, no hay duda que puede llamarse 
Poco satisfecho de la acogida que iba 
a tener por parte de Albornoz, quien se- 
gún costumbre de los grandes apreciaba el 
talento de los hombres según los aconte- 
cimientos, el español volvió lentamente 
a su casa. Usando del privilegio que su. 
amo le había concedido, entró sin permi- 
so en su aposento y le encontró en seria 
plática con un cabzllero,. cuyos largos y 
retorcidos bigotes y la coraza que le aso- 
E. BULWER LITTON 
El caballero tomó respetuosament 
aquella mano sagrada, y no tardó en £5 
cucharse el ruido de sus pasos cuando ba 
jaba la escalera. 
—¡La victoria es míal—exclamó Al 
bornoz levantando ambos brazos. >. 
Poco después abandonaba el cómodO. 
sillón, guardó sus papeles en un cofre de 
hierro, abrió una puerta oculta detrás de ' 
la tapicería, y entró en otra habitación 
más parecida a la celda de un religios 
que al aposento de un príncipe. Encima 
de una mesita se veían una .espada, U 
puñal y una grosera imagen de la Virgen 
El cardenal se, desnudó sin llamar a Al 
varez, y al poco rato dormía profunda-. 
mente, : 
* 
_maba por la ropilla anunciaba su-profe-" E 
sión guerrera 2000 
- Muy contento Alvarez con este incon- 
veniente que se le presentaba para no dar 
cuenta de su comisión, dióse prisa en ale- 
jarse de allí; y efectivamente, los pensa- 
- llevaba su confidente. La interrupción de 
éste abrevió la conversación sostenida 
entre Albornoz y el guerrero, que se le- 
-———vantó y echando mano a la tizona que 
había dejado en el suelo, dijo: 
—Creo, señor cardenal, que vuestra. 
eminencia me anima a esperar que nues- 
tra negociación llegue a buen término. 
Cinco mil pesos, y mi hermano saldrá de 
Viterbo para lanzar como un torbellino su 
- gran compañía sobre el territorio de Rí- 
- mini. Por vuestra parte, señor cardenal... 
-  —Consiento en que el ejército de la 
- Iglesia no intervenga en las empresas de 
- vuestro, hermano. La paz queda, pues, 
terminada entre nosotros, porque los 
- guerreros se entienden con facilidad. 
- —Y la palabra de Gil de Albornoz, de 
a la real casa de Aragón, es suficiente ga-. 
——rantía para la buena fe de un cardenal— 
replicó el guerrero sonriéndose—. No ol- 
-— vidéis, monseñor, que tratamos con vos 
- confiados en la primera calidad. 
- sentirse de la indirecta, respondió: 
¿Aquí tenéis mi mano derecha. -.- 
i; y efectivament _VALCLUSA 
mientos del cardenal se dirigían en aquel 
- momento a objetos diferentes del que 
VE =00ó 
Y SU GENIO.— SE REANUDA UNA 
ANTIGUA AMISTAD. + 
Al despertar la mañana del día siguie 
te, ya algunas leguas de Aviñón el gu 
rrero de quien hemos hablado en el capi- 
tulo precedente seguía lentamente una 
«senda cubierta de fresca y abundan 
hierba. Llegó por fin a un agreste y Y 
“mántico valle regado por el brillante 
cristalino río Jorge, que debe su celebr 
dad a los armoniosos versos de Petrarc 
A lo. lejos ofrecía el paisaje un asp 
más sombrío, más estéril, y parecía 
cerrado entre rocas bizarras, desde cu 
puntas precipitábanse con ruido enS 
_decedor innumerables arroyos. El - cabar 
llero se encontraba en el valle de Va 
clusa y sus miradas acababan de desc 
brir el jardín y la casa del Petrarca. C0 
templó, sin embargo, con indiferen 
aquel suelo consagrado, y sus ojos se 
jaron por casualidad en una figura S pit 
ria sentada en actitud pensativa en 
margen del río. Un hermosísimo' y 
- + pulento perro que estaba al lado del h0 
- Albornoz, demasiado político para re- . 
bre pensative aulló al caballero. 
-—¡Qué magnífico animal, y qué s0: 
aullido! —dijo para sí el viajero, 
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