RIENZI
—(¿Quién, sino él, había de mezclarse?
—preguntaron muchas voces.
—Es verdad. Sólo él es quien se 0cu-
pa de nosotros—dijo el herrero—; me
atrevería a jurar que ese gran hombre
ha empleado toda su vida en esa pintu-
ra. ¡Válgame la sangre de San Pedro!
¿Sabéis que es magnífica? Mas; ¿qué sig-
nifica todo eso?
—¡Ah! ahí está el enigma—dijo un
vendedor de peces en ademán de refle-
xión profunda; gustoso moriría y0 a
trueque de adivinarlo.
—Sin duda hay en eso algo de libertad
y de tributos—dijo el carnicero Luigi—.
¡Ah! Si le creyeran a Rienzi, todos po-
drían echar un pedazo de carne en la
- Marmita. 4
-—Y todos se hartarían de pan—aña-
dió un tahonero macilento y enjuto.
-—¡Bah! Todos comen pan y carne;
- ¿Pero qué vino beben ahora los pobres?
No hay estímulo para que uno se afane
- €n cultivar sus viñedos—repuso un an-
Claro cosechero. )
o —¡Bravo!—interrumpieron varias vo-
Ses—. ¡AMí está Pandolto de Guido, a
- Mien Dios conceda larga vida! ¡Paso al
- señor Pandolfo! Es un notario, amigo del
- Pueblo: él nos explicará la significación
Més pintura. a
- Pandolío de Guido, hombre de letras,
de carácter dulce y pacífico, a quien sólo
el tumulto del momento podía arrancar
de su estudioso retiro, Se adelantó hasta
A las cadenas con modesto y lento paso.
a Durante un buen rato contempló silen-
- Ciosamente el cuadro, cuyos brillantes
- Colores, húmedos todavía, señalaban, a
- Pesar de su crudeza, la aurora. del arte,
Que la generación siguiente vió elevada a
mayor altura por el Perugino. El pueblo
) rl alrededor del sabio con la
boca abierta y fijando alternativamente
Sus ojos en el lienzo y en Pandolfo, que
alfin dijo: o Es
—¿No comprendéis el verdadero sig-
ificado de esa pintura?... Pues vOy a ex-
Asrolos. Veis ese mar tempestuoso,
> *eIS:edas: revueltas olas. 020
—¡Hablad más alto, que no se os oye!
, taba la impaciente muchedumbre. .
laos! —decían los que se hallaban.
cripción que
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próximos al orador—; a este digno señor
se le oye perfectamente. E a
Entretanto algunos de los más ingenio-
sos se apoderaron en un puestecillo del
mercado de un banco de madera, para que
se subiese en él Pandolfo, el cual, no sin
un poco de vergiienza y de repugnancia,
pues no tenía costumbre de hablar en
público, hubo de acceder a las súplicas
de aquellas gentes; mas a la primera mi--
rada que tendió sobre aquella compacta
e inmoble multitud que, sin atreverse a
respirar apenas, Se dilataba por tan an-
churoso espacio, le inspiró su causa pro-
funda simpatía, y le dió una osadía casi
sobrehumana.' Los ojos- adquirieron inu-
sitada animación, Su VOZ Se hizo potente,
y su frente, comúnmente caída sobre el
pecho, se irguió en ademán de dominio,
y dijo: pisa
—Ahí veis un inmenso y tempes-
tuoso mar, en cuya agitada superficie
flotan cinco naves: ya han zozobrado
cuatro, rotos están sus mástiles, y las
olas baten sus roídos cascos: es impo-
sible salvarlas. Sobre cada una de las
naves se distingue el cadáver de una mu-.
jer. ¿No observáis con cuánta maestría
supo imprimir el pintor en Su lívido ros-
tro y en sus yertos
verdad la metáfora. Allí veis el nombre
de Cartago: los otros tres son Troya, Je-
rusalén y Babilonia. Después se lee una .
inscripción que comprende a todas: He-
mos sido conducidas a la destrucción pór
la injusticia. Dirigid ahora vuestras mi-
radas al centro de ese mar; allí veis la.
quinta nave sufriendo los embates de las
olas, su mástil roto, perdido el gobernalle,
destrozadas las velas, y aun se sostiene
aunque próxima a naufragar como las.
otras. Sobre su cubierta se ve arrodillada
a una mujer vestida de luto; fijaos en el.
wivo dolor que expresa su semblante;
ved con qué habilidad ha representado
y su tristeza:
el artista su desolación:
tiende sus brazos para implorar nuestro
socorro y el del cielo. Ahora, leed la ins-
bajo ese emblema. OS
| miembros las defor- e
“mes tintas de la muerte? Encima de cada.
nave se lee una palabra que aplica a una | .
“lleva... Esa es Roma. Me. =
es vuestro país que se dirige a vosotros