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dieran sobrevenir, recomendándole, es-
pecialmente, que no dejase de vigilar
a los partidarios de Goffe que se queda-
ban a bordo, por si se les ocurriera ata-
carles en la ribera.
Dadas estas instrucciones, Cleveland
y los suyos entraron en la chalupa, que
se alejó del navío, vigorosamente im-
pulsada por los remos.
Al aproximarse a tierra, Cleveland
ondeó bandera blanca, y advirtió un
movimiento general, como si su llega-
da produjese gran alarma. Muchos ha-
bitantes corrían de un lado para otro;
algunos empuñaban las armas, y otros,
en fin, encaminábanse a la batería, en
la cual fué enarbolado el pabellón in-
glés, circunstancias que inquietaron
al capitán, pues sabía que, a falta de
artilleros, en Kirkwall eran muchos los
marineros que conocían perfectamente
el manejo de un cañón.
Examinando con atención aquellas
disposiciones hostiles, pero sin revelar
temor alguno, mandó dirigirse recta-
mente hacia el muelle. En la orilla ha-
bía una gran muchedumbre armada de
mosquetes, escopetas, medias picas y
de aquellos cuchillotes de sacar la gra-
sa a las ballenas, como si se propusie-
yan oponerse al desembarco. Sin em-
bargo, cuando arribó la embarcación,
todas aquellas gentes retrocedieron y
dejaron que Cleveland y los suyos Sal-
tasen a tierra sin el menor obstáculo.
- Los piratas se colocaron en orden en el
muelle, excepto dos que permanecieron
en la chalupa y se retiraron a alguna
distancia de la orilla: semejante ma-
niobra no tenía más objeto que intimi-
dar a sus contrarios.
Los habitantes de Kirkwall no se
- acobardaron por eso, pues permanecie-
“ron inmóviles con el arma al hombro,
dando frente a los piratas y cerrándoles
el paso que conducía a la comarca.
Unos y otros se contemplaron mutua-
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mente en silencio. por algunos instan-
tes.
—¿Quié significa esto, señores? —
preguntó al fin Cleveland—. ¿Se han
convertido los habitantes de las Orca-
des en montañeses de Escocia? ¿Por
qué estáis sobre las armas, esta maña-
na tan temprano? ¿Acaso tenéis el pro-
pósito de obsequiarme con un saludo
por haber recobrado el mando de mi
buque? !
Los habitantes miráronse unos e
otros, y uno de ellos repuso :
—No os conocemos—y luego, seña-
lando a Goffe agregó— : Quien se ti-
tulaba capitán cuando venía a tierra es
este hombre.
—Es mi lugarteniente, y el que me
substituye en el mando cuando me:
ausento ; pero no se trata aquí de esto :
deseo hablar a vuestro lord corregidor.
o jefe de vuestros magistrados.
-—El preboste y los magistrados se -
encuentran ahora reunidos.
—Perfectamente, ¿y en dónde?
—En la casa municipal.
—Pues dejadnos pasar, señores, por-
que necesitamos ir allá,
Los habitantes se consultaron mu-
tuamente en voz baja, y, después de
algunos momentos resolvieron ceder-
les el paso. Cleveland se adelantó len=
tamente con los suyos en pelotón, sin
permitir que nadie se pusiera a los la-
dos de su pequeño destacamento, y or-
denó a los cuatro que formaban la re-
taguardia que se volviesen de vez en
cuando para hacer frente a los que les
seguían, dificultando así la empresa de :
los que proyectasen atacarle.
Así, atravesando la calle estrecha,
encaminábanse a la casa municipal em
donde estaban a la sazón reunidos los
magistrados. Los isleños los apretaron
allí de más cerca, con el objeto de agru-
parse a la entrada y separarlos unos
de otros; pero Cleveland había er ne