Full text: El pirata

EL PIRATA 
| gistrado u otra persona de calidad que 
garantice que no se me ha de hacer 
traición. 
El preboste, después de mover repe- 
tidamente la cabeza, manifestó que da- 
_Yía cuenta al Consejo para que éste re- 
-solviera un negocio de tanta impor- 
- tancia 
- Cuando el preboste y Cleveland re- 
gresaron a la sala en que se encontra- 
ban los magistrados, dióles cuenta el 
“primero de las proposiciones del pira- 
ta, y retiróse con ellos a la habitación 
inmediata, para deliberar. 
- Al quedarse salos, Cleveland y su 
gente fueron obsequiados con refres- 
cos, que aceptaron, pero sin olvidarse 
de adoptar las precauciones necesarias 
paa evitar una sorpresa. 
Mientras tanto, Cleveland se pasea- 
ba a lo largo de la estancia, conversan- 
do con sus compañeros familiarmente. 
- Sorprendióle el ver allí a Triptolemo 
Yellowley, que, encontrándose casual- 
mente en Kirkwall, había sido invitado 
por los jueces para asistir a la junta, en 
representación del lord chambelán. El 
; después de 
, le preguntó qué asunto le 
evaba a dd Orcades.  ' 
: —He venido —respondió el afriónle 
—, para apreciar el resultado de al- 
08. de mis eo AE Hace 
a bd si ha ceras: como asimis- 
mo los nueve pobres. de abejas que 
traje para naturalizarlas aqui y conver- 
tir en miel y en cera CS flores de las 
malezas. 
—¿Y por qué no Buba: de prospe- 
rar ?—repuso el marino que celebró te- 
ner con quien hablar para interrumpir 
el silencio sombrío que guardaban to- 
dos. | 
—No lo creáis. Van como todas las 
cosas de este país : hacia atrás. 
—Será por falta de cuidado. 
—De ningún modo. Mis colmenas 
han perecido por haberlas cuidado con 
exceso. Cuando fuí a verlas, el bribón 
a quien las había confiado, aparentó es- 
tar gozoso y satisfecho de sus desvelos, 
«Hubiérais podido ver las colmenas— 
me dijo— ; pero, si no es por mi, hu- 
biérais encontrado tantas abejas como 
gansos. Las inspeccionaba continua- 
mente, y una mañana hermosa de sol - 
observé que se escapaban los anima- 
litos por unos agujeros, y me apresuré 
a taparlos con arcilla. Si no lo hago 
así, no hubiera quedado una abeja.» 
En resumen, amigo mio, las empare- 
dó como si las pobres bestias hubieran 
sido víctimas de la peste, y, natural- 
mente, perecieron todas. : 
—Entonces, ¡adiós vuestro hidro. 
miel !-—replicó E pirata—. Pero ¿abri, 
gáis esperanzas de poder hacer la si- 
dra? ¿Y cómo va la huerta? 
—¡ Ay, capitán! Este mismo Salo- 
món del Ofir de las Orcades amaba tan- 
to a mis tiernos frutales, que, temien- 
do que se constiparan, los regó con 
agua caliente; de modo que todo ha 
muerto. Pero, capitán, ¿por qué ha- 
blan tanto de los piratas estas buenas 
gentes, y quiénes son todos esos hom» 
bres de mala catadura, que aquí veo, 
y por qué lleváis vos tantas pistolas? 
—Eso mismo quisiera yo saber—di- 
jo, interviniendo en la conversación, 
el viejo Haagen, que, en otro tiempo, 
había seguido, aunque no vuluntaria- 
mente, al emprendedor Montrose—. Si 
  
  
  
 
	        
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