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mersión del monstruo en el fondo del
mar ocasionaba, no pusiera su débil es-
guifo a la merced de sus numerosos bra-
zos. Conocían también la serpiente, que,
emergiendo de las profundidades del
mar, eleva hacia los cielos su enorme
cabellera, s semejante a la de un caballo
“de guerra, y, lanzándose a la altura de
los grandes masteleros, parece acechar,
con ojo amenazador, el momento más
“propicio para apresar a sus víctimas.
“Los habitantes de las islas de Shétland
referían, además, otras numerosas lis-
torias terroríficas de monstruos marinos,
fabulosos en su mayoría, que crispaban
los nervios de los oyentes, y a las que
continúan dando «crédito los actuales
moradores de aquellos países.
Cuentos semejantes circulan siempre
- y en todas partes entre el vulgo; pero
- la imaginación se exalta, sobre todo, en
medio de esos cabos, de esos precipicios
de extraordinaria profundidad, de esos
estrechos, de esas corrientes, de esos
remolinos y arrecifes que casi no cubre
el agua, y sobre los cuales el Océano se
agita, espumea y hierve; en medio de
esas sombrías cavernas, jamés sondea-
das por ningún esquife ; de esas islas 80-
litarias, constantemente inhabitadas, y,
en fin, en medio de las ruinas de anti-
guas fortalezas, vistas a la débil luz de
un invierno del Polo ártico.
Mordaunt era algo romántico; de
_guerto que esas supersticiones daban a
gu imaginación un ejercicio agradable y
eno de interés, pues, dudoso y con an-
helos de creer, escuchaba con delecta-
ción las canciones dedicadas a ensalzar
esas maravillas de la Naturaleza, que
la credulidad inventó, y en lengua gro-
- sera, pero enérgica, describían los anti-.
- guos escaldas.
Sin embargo, al joven. Mordaunt hu-
E bieran sido más útiles otras atracciones
- de más delicadeza que esos cuentos ex-
a travagantes y los groseros ejercicios que
a hemos citado. Gusudo, con gus east
WALTER SCOTT
gadas noches, aparecía el invierno, a.
pidiendo toda clase de trabajos, los bue=
nos shetlandeses pasaban el tiempo en
placeres, fiestas y diversiones ruidosas.
Todo lo que el pescador había ahorrado
durante el verano, lo gastaba en su ho=
gar profusamente, a expensas de alegre
hospitalidad, mientras que los propie=
tarios y los ricos, que no dejaban de ser
caritativos, celebraban fiestas y festines,
aminorando el rigor de la estación por EE
medio de eucalertad comidas, buen vi=
no, bailes, canciones, alegrías, chistes a
y demás recreos análogos. dE
El joven Mordaunt era extraordina-
riamente entusiasta del baile, los pla- y
ceres ruidosos y la jovialidad. e
Cuando la melancolía y retiro del se=
ñor Mertoun se lo permitían, o, Mejor
dicho, exigían su ausencia, visitaba to- po
das las casas de la aldea, siendo perfecta=
mente recibido en todas partes. Bi se
cantaba, unía su voz a la de los canto-
res ; si se bailaba, se mezclaba entre los 0
bailarines. Si el tiempo era bonancible,
se embarcaba o montaba uno de los nu-
merosos caballos de poca alzada que an-=
dan errantes por los inmensos almarja-
les, y visitaba las moradas de aquellos
hospitalarios isleños. Nadie ejecutaba
mejor que él el bailo de la espada, di-
versión originaria de los antiguos nor-
sas. Tocaba a la perfección el gúe y el
violín, acompañándose al cantar los ai-
res melancólicos y conmovedores pro-
pios de aquella comarca. Amenizaba con.
inteligencia la monotonía de esa músi-
ca con otros aires más vivos y más ale-
gres del norte de Escocia. Cuando $
organizaba una mascarada para ir a vi
sitar a algún señor vecino o a algún
co propietario, se auguraba bien de ell
si Mordaunt aceptaba el figurar 'a la ca-
beza de la partida y dirigir la música
En tales ocasiones mostraba una ale-
gría desenfrenada ; dirigía su comitiva
de casa en caga, llevando el regocijo y
buen humor da o $ na al