V,
EN «LAS TRES CORONAS
En la primera oportunidad que
tuvo Colbert para hablar con su
amo, cuando éste salió a buscar los
caballos, después de separarse de
lady Alina, le hizo saber lo que él
-— consideraba como un gran descu-
brimiento, encontrándose con que
el teniente Harbin lo había sospe-
chado desde el principio.
—Habían quitado la tuerca de
una de las ruedas traseras, señor;
de la de la derecha, y necesaria-
mente había de caerse apenas em-
- pezase a subir una cuesta o entra-
ta en un terreno accidentado.
—Ten la lengua quieta y los ojos
- muy abiertos, David, porque el
- vuelco del carruaje ha sido simple-
ES mente parte de un plan delibera-
do, cuyo objeto es robar a la se-
-ñorita unas alhajas de mucho va-
lor que llevaba puestas. El maldito
posadero, y probablemente dos o
tres hombres que están también ahi
dentro, son los que están en el
asunto, por eso nos han alojado a
nosotros fuera, en una dependen-
cia exterior, y no tengo la menor
duda de que harán algo para im-
pedir que nos presentemos en la
escena. Z
David Colbert se restregó las
manos en el cuero de su sobretodo,
riéndose entre dientes, manera ha-
bitual en él de expresar intensa sa-
tisfacción. Su madre era irlandesa
y Colbert había heredado su tem-
peramento, templado en parte por
la aspereza y previsión de su pa-
dre, natural de Tiverton, en De-
von. La vida reposada y tranquila
de Wintern no había sido muy gra-
ta para David, acostumbrado a las
escaramuzas perpetuas de Tánger,
especialmente en las avanzadas, y
a la sazón sentía que iba a entrar
una vez más en aventuras propias
de su carácter.
Apenas si el teniente había ter-
minado la anterior conversación
con su criado, cuando vieron ir hi
cia ellos al hostelero Dicey com