Full text: Bandidos aristócratas

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UN COMBATE EN LAS TINIEBLAS 
- Quince o veinte minutos después 
de la partida de lord Jeffreys, el 
Rey llamó a Reginaldo agitando 
una campanilla de plata, colocada 
siempre al lado de su lecho. El te- 
niente acudió al llamamiento, en- 
contrando al Rey, como esperaba, 
dispuesto para oirle leer hasta que 
acudiera el sueño a sus párpados. 
El blanco cuello bordado de su 
traje de dormir armonizaba muy 
bien con el color algo atezado de 
su cutis; y la expresión de su sem- 
blante anunciaba, al menos en con- 
cepto del teniente, que había llega- 
do a una determinación. Recordan- 
do la persona que acababa de salir 
de la presencia del Monarca, con- 
sideró aquella expresión de mal 
agiiero para Monmouth y cuantos, 
simpatizando con su causa, caye- 
ran en manos del rey Jacobo, sien- 
do Jetíreys el encargado del cas- 
tigo. ES o o : 
- —Doy gracias al Todopodero- 
so porque tengo algunos servidores 
fieles —observó el Rey;— puesto 
que hay otros muchos en los cuales 
no puedo confiar cuando sus inte- 
reses no van de acuerdo con los 
mios. ] 
—Así es, Sire—respondió el te- 
niente, dudando del juicio del Rey 
en aquella materia. Lord Jeffreys 
no era ciertamente de los que le 
servían contrariando sus propios in- 
tereses, y sin embargo, Su Majes- 
tad lo incluía entre los servidores 
fieles a que hacía referencia. Los 
Estuardos tuvieron siempre la des= 
gracia de no entender a los hom- 
bres, aunque todos se creyeron ex- 
traordinariamente sabios en la ma» | 
teria. 
—¡Ay del que levante la mano 
contra el ungido del Señor! Su des- 
gracia será inminente; su sangre 
caerá sobre sus propias cabezas, 
«Mía es la venganza, yo pagarén, 
dice el Señor. | 
 
	        
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