- ella sus pasos.
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exacto de aquel palacio en ruinas. Mu-
chos extranjeros al servicio de la casa
reinante o de la reina viuda tenían ha-
bitación en el secular edificio, y mu-
chos sacerdotes católicos habían tam-
bién encontrado en él refugio, a despe-
cho de la severidad de las leyes contra
el papismo. ¿Qué cosa más probable
que la condesa de Derby, francesa y ca-
tólica, tuviera mensajes secretos que
enviar a algunos, y que se hubiera ser-
vido para ello, al menos en ciertas oca-
- siones, de Fenella?
Mientras se hacía estas reflexiones,
Julián seguía los pasos ágiles y ligeros
de la joven muda, que parecía deslizar-
se a lo largo del Strand, por donde en-
tró en Spring-Gardens, y después en el
- parque de Saint-James.
- Era temprano aún y sólo había en el
parque un número reducido de perso-
nas paseándose. Hasta el mediodía no
se congregaban allí la alegría, el esplen-
dor y la elegancia.
El terreno en que está hoy el cuartel
» de los guardias de corps a caballo for-
- maba parte del parque de Saint-James
en tiempos de Carlos II, y el edificio
antiguo, llamado hoy la Tesorería, era
una dependencia del palacio de Whi-
-—tbehall, unido al parque. El canal había
sido abierto según los planos del famo-
so Le Nótre para desecar el terreno, y
se comunicaba con el Támesis atrave-
sando un estanque lleno de las aves
acuáticas más raras. ]
Hacia este estanque encaminó Fe-
Al acercarse ambos a un grupo de
tres o cuatro personas que se paseaban
por la orilla, Julián dirigió la vista a un
sujeto que parecía el más importante
- de todos los allí reunidos y sintió pal-
-pitar su corazón, presintiendo que esta-
-ba cerca de. un personaje de la más alta
estirpe. |
Este había pasado ya de la edad me-
dia de la vida ; era de tez morena, y una
- larga peluca negra cubría su cabeza.
- Vestía traje de terciopelo liso, sobre -el
cual llevaba una estrella de diamantes.
-—— negligentémente suspendida de un lazo
que le pasaba por la espalda. Sus fac-
-Ciones, casi duras, reflejaban alegría y
dignidad. Estaba bien formado, fuerte-
mente constituído; llevaba erguida la
ra hacerle comprender la repugnancia
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cabeza, y por su desenvoltura parecia >
persona de elevado linaje. Precedía a
sus compañeros, deteníase de vez en
cuando para hablarles con afabilidad y,
«probablemente con regocijo, a juzgar
por las sonrisas que provocaba. :
Sus acompañantes vestían también
traje de mañana ; pero por su aspecto
y sus modales conociase que eran per=
sonas de calidad. Participaban de la
atención del personaje a quien seguían,
con siete u ocho perrillos originarios de
España, de lanas largas y rizadas, que
iban tras su amo tan de cerca y acaso
con apego tan sincero como los bípedos
que formaban parte del grupo ; los brin-
cos de los animalitos parecían divertir
mucho al señor, quien tan pronto se
.entretenía en excitarles a sus correrías
como en reprimirlas. Un lacayo con
dos canastillas iba a su lado, y, por vía —
de pasatiempo, el personaje tomaba de
ellas, de vez en cuando, puñados de -
granos que arrojaba a los pájaros que
discurrían por las orillas del canal.
Nadie ignoraba que ésta era la di
versión favorita del rey, y esta circur
tancia, junto con su fisonomía distin-
guida y el respeto que le testimoniaban
los que le acompañaban, no dejó nin-
guna duda á Julián. Se veía, quizás
más cerca de lo que el decoro permitía
de la persona de Carlos Estuardo, se-
gundo de los reyes de Inglaterra que .
llevaron este infausto nombre.
-— Mientras Julián vacilaba en seguir a
su guía sin saber cómo arreglárselas pa-
que sentía en ir más lejos, uno de los
del séquito del rey sacó un flautín de la
faltriquera y se puso a tocar un aire
entretenido, de movimiento vivo, que a
Carlos le había gustado mucho en la
función de la víspera y que el rey que-
ría oír de nuevo. El monarca llevaba el
compás con el pie y la mano, y Fenella
avanzaba hacia Carlos, con el aspecto
y actitudes de una persona atraída a
pesar suyo por el son del instrumento.
Deseoso dde saber cómo terminaría
aquella aventura y, admirado de ver :
la joven sorda imitar con tanta perfec-
ción las maneras de una persona qu
oye una música deliciosa, Peveril ava,
zó todavía algunos pasos, pero se detu-
vo ar cierta distancia.