PEVERIL DEL PICO
se despidió de él sin entregarle el retal
de crespón negro que le había sido pe-
dido. Julián lo prendió en su sombrero
mientras los guardias de la Torre mur-
muraban entre sí:
- —Tiene mucha prisa en ponerse de
luto — dijo uno—; haría bien en espe-
rar.
—Otros se lo pondrán por él antes de
- que él se lo ponga por nadie — 1espon-
dió otro. ira
A pesar de estas palabras pronuncia-
das en voz baja, la conducta de aque-
- os guardias para con él era más respe-
<— +tuosa que la de los satélites de New-
- gate.
Los empleados de las prisione3 ordi-
marias eran generalmente groseros, por-
que tenían que habérselas con gentes de
-— todas las calañas ; pero los de la Torre
- sólo guardaban a reos de Estado, es de-
Cir, personas a quienes su nacimiento
- ay su fortuna daban derecho a esperar
- clertas consideraciones. | |
Julián no prestó más atención a este
- cambio de guardias que a la escena tan
- bella como variada que ofrecía el her-
_moso rio sobre que navegaba. Un cen-
— enar de barcas, llenas de personas a
- quienes el recreo o los negocios lleva-
ban al Támesis, pasaron a poca distan-
cia. Julián las miró con la esperanza,
- mo exenta de despecho, de que la per-
sona que había pretendido quebrantar
- su fidelidad con la oferta: de su salva-
ción, viese, en el crespón negro que lle-
- aba, su resolución inquebrantable.
Era el momento de la pleamar, y una
gran barca, remontando rápidamente el
río a vela y remos, se dirigía ian direc-
tamente a la que conducía a Julián,
que parecía tener el propósito de echar-
la a pique. , pe
-. —Preparad vuestras carabinas! —
ordenó
-re—,. ¿Qué quieren esos tunantes?
- Pero la tripulación de la barcaza pa-
.reció haber reconocido su error, perque,
de pronto, varió de ruta y ganó el cen-
tro del Támesis, desde donde los bate-
-leros de cada embarcación se desahoga-
- Ton respectivamente dirigiéndose unos
- a, Otros un chaparrón de Imprecaciones.
-— —El desconocido ha cumplido su pa-
- Jabra — pensó Julián — y yo la rola.
Hasta le pareció, mientras las dos bar-
el jefe de los guardias de la To- -
ni hijos. |
cas se acercaban, oír una especie de ge-
mido o grito ahogado : y, pasado el mo-
mento de confusión, preguntó al guar-
dia más cercano si sabía quién tripula-
ba aquella bárea.
—Marinos de algún navío de guerra
que se divierten haciendo locuras en el
agua dulce — respondió el guardia—.
Me lo figuro al menos, pues se atieyen
a venir a abordar una barca del rey, y
estoy cierto de que el pícaro que mane-
jaba el timón no se proponía otra cosa.
Es posible que vos sepáis de este asun-
to más que yo.
Esta insinuación quitó a Julián las
ganas de hacer nuevas preguntas, y
guardó silencio hasta que la barca llegó
a los sombrios baluartes de la Torre.
¡La enmibarcación pasó entonces por
una baja y tenebrosa arcada, cerrada
por el lado de la fortaleza por la llama-
da puerta del Traidor. Era ésta una re-
ja de gruesas barras de hierro, a través
de la cual se podían ver los guardias y
los centinelas con el arma al brazo, y el
escarpado sendero que conduce desde el
río al interior de la ciudadela. Por la
citada puerta se hace entrar de ordina-
rio en la Torre a las personas acusadas
de alta traición, a cuya circunstancia
debe gu nombre. E
Mientras el jefe de los guardias se ha-
cía reconocer, Julián preguntó a uno
de sus conductores qué lugar le iba a
servir de prisión.
—El que indique el teniente — le res-
pondió uno de los guardias. (
_—¿No me será permitido compartir
E a de mi padre sir Geoffrey Peve-
Y] ]
El guardia, anciano respetable, lo
miró como sorprendido, y se limitó a
responder :. as e
—Imposible. roo aras :
-—Al menos, mostradme el lugar en
que está encerrado, para que pueda con-
templar el muro que nos separa.
—Lo siento, joven — respondió el
anciano moviendo su cabeza cubierta de
cabellos grises—, pero todas esas pre=
guntas son inútiles ;
azar proporcionó, al.
gunos momentos después, a Peveril la
satisfacción que el rigor de sus guardias
mo le podía conceder. 'Al hacerle subin
Sin embargo, el
qa
aquí no hay padres e