Full text: Peveril del pico

- PEVERIL DEL PICO 
- —Por lo contrario, se trata de im- 
pedir que alguien viaje. e 
- —Esa es otra canción. Bueno, mi- 
lord, os escucho. : 
-—— —¡Oh, es una bagatela! ¿Conocéis a 
- Ned Cristián? E 
—Sin duda, milord ; nos conocemos 
desde hace muchos años. 
—Va al condado de Derby a buscar 
a cierta sobrina, a quien no ha de en- 
- contrar, y cuento con vos para impedir 
-su regreso. Partid con él o salidle al en- 
cuentro ; engañadle o atacadle ; en una 
palabra, haced de él lo que os plazca 
con tal de que no vuelva a Londres has- 
- ta pasados quince días. Transcurrido es- 
te plazo, poco importa que vuelva. 
- —Supongo que entonces consentís 
que se encuentre a la sobrina, si alguien 
opina que merece la pena de buscarla. 
—Merece la pena de que la busquéis 
para vos mismo ; lleva muchos millares 
de libras en su delantal. Una mujer así 
os evitaría vivir a expensas del público. 
- —Milord — respondió el coronel—, 
vendo mi sangre y mi espada, pero no 
mi honor. Si me caso alguna vez, mi 
lecho nupcial, aunque sea pobre, será 
-—— —En tal caso, vuestra mujer será la 
única cosa honrada que hayáis tenido 
-bunca, al menos desde que 0s conozco. 
—Vuestra Gracia puede decir respec- 
to al particular cuanto le plazca. Son 
principalmente vuestros asuntos los que 
- me han ocupado desde hace algún tiem- 
- pO; y si eram menos honrados de lo 
- que yo hubiera querido, el que ordena 
es más culpable que el que ejecuta. Pe- 
- Yo casarme con una querida repudiada, 
¡no hay nadie que se atreva a propo- 
nérmelo ! 
Sn 
clamó : | 
-—Eso es precisamente lo que dice 
y Pistol : 
EA Mientras brillo el acero a mi lado, 
El Pándaro de Troya no seré. 
uque soltó la carcajada y ex- 
-——Mi educación rudimentaria no me 
- permite comprender los fragmentos de 
- comedia, milord — repuso el coronel—. 
- ¿Tiene que darme Vuestra Gracia al- 
guna otra orden? +... -. 
- Ninguna. 'A propósito, me han di- 
cho que habéis publicado el relato de 
e 221 
algunos sucesos referentes 4 la conspi- 
TACIÓN... 1:04 qe ; e 
—¿Y quién había de impedírmelo, 
milord? Soy un testigo tan irrecusable 
como cualquiera otro. 
-_—Estoy plenamente convencido de 
ello, y, cuando hay tanto que ganar, 
un protestante tan bueno como vos de- 
be aprovecharse. OS 
—He venido a recibir las órdenes de 
Vuestra Gracia, milord — dijo el co- 
ronel—, y no a servir de blanco a vues- 
tras pullas. e 
—Bien dicho, noble e inmaculado co- 
ronel. Como vais a estar a mi servicio, 
durante un mes, os ruego que aceptéis 
esta bolsa para vuestros gastos. Partid ; 
de vez en cuando recibiréis mis instruc= 
ciones. e 
—Y serán puntualmente ejecutadas, 
.milord — dijo el coronel—. Conozco los 
deberes de un oficial subalterno. Bue- 
nos días, milord. : a 
Dicho esto, guardóse la bolsa en su 
faltriquera y salió de la estancia. 
—HEs un bribón como a mí me gus- 
tan — dijo el duque al verle partir— 7 
ladrón desde la cuna, asesino desde que 
pudo manejar un puñal, hipócrita re- 
domado, y bandido que vendería su al- 
ma al diablo y que degollaría a su )er- 
mano si no temiera que le llamasen f:a- 
tricida... Señor Jerningham, ¿por qué 
me miráis de ese modo? ¿por qué abrís 
esos ojazos y os mostráis tan sorpren- 
dido? Hablad. a 
—Milord, ya que me obligáis a ha. 
blar, os diré que, cuanto más vivo con 
Vuestra Gracia, menos os entiendo. 
Otras personas forman planes parg 
complacerse en ejecutarlos, o para ob- 
tener algún provecho; pero vos, mi- 
lord, parecéis complaceros en hacerlos 
fracasar en el mismo momento de reas 
lizarlos, a la manera del niño que rom= 
pe el juguete con que se ha divertido, 
o de la persona que incendia la casa que 
ha empezado a construir. 
—¿ Y por qué no, si quiere calentar= 
se las manos al calor del incendio? 
—Mny bien, milord ; pero, ¿no se ex= 
pone a quemarse los dedos? Una de las: 
más nobles cualidades de Vuestra Gra- 
cia es escuchar algunas veces la verdad 
sin ofenderse ; pero, aunque así no fue- 
ra, se la diría en este momento. 
  
 
	        
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