- PEVERIL DEL PICO
$us protectores y á su real amante, de
quien acababa de declararse rival, to-
mó asiento para calcular las probabili-
dades de éxito; pero se cansó de esta
ocupación a la media hora, y solamen-
te porque se había puesto a componer
una nueva sátira, se negó a recibir al
celoso agente que tenía empleado en Ja
Bolsa.
XXXIX
¡Qué corazón más incons
tante
¡Qué carácter más voluble!
(Los progresos del descon-
tento.)
- - Lil rapto de Alicia Bridgenorth, efec-
tuado por los agentes del duque de
Buckingham, como el deseo de éste de
poseer a la encantadora joven antes que
el monarca, sólo tuvo por abjeto el ca-
pricho que el opulento cortesano ex-
perimentaba de contrariar al monarca.
Veinticuatro horas hacía ya que se
encontraba en casa, y aunque Jernin-
gham no dejó de recordarle varias ve-
ces la bella prisionera, no había podi-
- do decidirse a sacudir su habitual indo-
- lencia para hacerle una visita, y cuan-
do, por fin, se resolvió a ello, fué con la
secreta repugnancia de quien no en-
cuentra placer más que en la novedad.
-—No concibo — se dijo a sí mismo—
0 me haya impulsado a oir las rapso-
lias histéricas de una Filis lugareña
mojigata, cuando, sin ninguna moles-
tia, puedo poseer las mujeres más lin-
das y mejor educadas de la capital. Es
lástima que no pueda uno mostrarse
sobre el carro de triunfo del vencedor
sin tener que alabarse de una victoria ;
y, sin embargo, es lo que hacen la ma-
yoría de nuestros galantes a la moda,
aunque no es propio de un Buckingham.
Vamos, debo verla, aunque no sea más
que para desembarazar de ella a mi ca-
sa. La Portsmouth no querrá que la
ponga en libertad tan cerca de Carlos ;
pero, ¿qué voy a hacer de la mucha-
cha? Es demasiado rica para que se la
- mande a Cliefden como ama de llaves.
- Será cosa de pensarlo.
El departamento destinado a las fa-
-—voritas que de vez en cuando residían
- par breve tiempo en casa del duque y
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que disfrutaban en ella de la misma li-
bertad que permiten las reglas de un
convento, estaba completamente sepa-
rado del resto del palacio, en el que ha-
bía reunido el propietario cuanto podía
ser útil para sus fechorías eróticas.
El departamento a que Buckingham
se dirigía entonces ofrecía cuanto podía
agradar a las sultanas que-lo habitaban
voluntariamente y cuanto era necesario
para asegurar la cautividad de las víc-
timas retenidas por la violencia.
La lave de este departamento fué
presentada al duque por una señora an-
ciana, de capucha y espejuelos, que es-
taba sentada, leyendo un devocionario,
en una especie de vestíbulo que servía
de punto de comunicación entre el cuer-
po principal del edificio y el llamado co-
múnmente el convento. Aquella señora
llena de experiencia desempeñaba en
tales ocasiones el papel de maestra de
ceremonias y era fiel depositaria de nu-
merosas intrigas.
- —Es una palomita preciosa — dijo
abriendo la primera puerta. :
-—Temo que haya pasado el tiempo
llorando — repuso el duque.
—Hasta ayer no olmos más que so-
llozos, milord ; pero el aire que se res-
pira en la noble casa de Vuestra Gracia
es favorable a los pájaros cantores, y
hoy las cosas han mejorado mucho.
—Es un cambio muy repentino, y me
parece extraño que, antes de que yo
haya venido a verla, la medrosica hay:
tomado tan bravamente su partido.
—¡ Ah, milord ! Vuestra Gracia tie-
ne una virtud mágica que se hace sen-
tir a través de las paredes, como dice
el Exodo, capítulos 1 y VIL: «Atraviesa
los muros y las puertas.»
—No sols imparcial, señora Dowlas.
—No digo más que la verdad, milord.
Desde que la moza se encuentra en
vuestra casa ha sufrido una gran trans-
formación no sólo en la parte moral si-
no también en la física, pues tiene la
talla más esbelta, el paso más ligero,
y la apostura más desenvuelta. En fin,
el cambio existe, aunque no pueda de-
cir precisamente en qué, pues sabe
Vuestra Gracia que mis ojos comien-
zan a debilitarse. :
—Sobre todo cuando los laváis con
vino de Canarias, señora Dowlas —