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—¡ Cómo diantres, milord! — excla-
mó el rey—, ¿quién es, pues, ese hom-
bre? Vuestra Gracia habla como la es-
finge, Buckingham enrojece, y ese bri-
bón no responde.
—Ese honrado sujeto, Sire — respon-
dió Ormond—, a quien la modestia
vuelve mudo, es el famoso coronel
Blood, o al menos tal es el nombre
que él se da; es aquel que, no hace
mucho tiempo todavía, y en esta mis-
ma Torre, intentó robar la corona de
¡Vuestra Majestad.
—Es una fechoría que no se olvida
fácilmente — repuso el rey— ; pero, si
el bribón vive todavía, es prueba de la
clemencia de Vuestra Gracia tanto co-
mo de la mía.
—No puedo negar que haya estado
en sus manos, Sire, y ciertamente me
habría asesinado si hubiera querido de-
jarme muerto en el sitio en lugar de
destinarme a ser colgado en Tyburn,
honor que le agradezco. Seguramente
me habría despachado, si me hubiera
creído digno de una puñalada o de un
pistoletazo. ¡ Miradlo, Sire! Si el mi-
serable se atreviera, diría en este mo-
mento como Calibán en la comedia :
«¡ Oh, oh! ¡ojalá lo hubiera hecho!»
—Milord, la sonrisa de este pícaro
- es pérfida ; pero obtuvo nuestro perdón,
lo mismo que el de Vuestra Gracia.
—Hubiera sido poco digno mostrar
severidad persiguiendo un atentado con-
tra mi humilde persona, cuando a Vues-
tra Majestad le plugo perdonar el in-
tento audaz e insolente de substraer su
corona real. Sin embargo, considero co-
mo un rasgo de cinismo sin igual de ese
matón desvergonzado, sea quien fuere
su protector, el osar mostrarse en la
Torre, teatro de una de sus maldades, y
ante mi, que estuve a punto de ser su
víctima. ;
—Esto no volverá a ocurrir — dijo
el rey—. Blood, escuchadme bien, mi-
serable ; si alguna vez osáis presentaros
ante nosotros, como acabáis de hacer-
lo, la cuchilla del verdugo os cortará
las orejas.
Blood se inclinó, y con asombrosa
tranquilidad) respondió que se encon-
traba en la Torre accidentalmente, y
para comunicar a un amigo un negocio
de importancia, ds
234 WALTER SCOTT a
—Su Gracia el duque de Buckingham
— agregó — sabe que no traía otro pro-
pósito.
—Retiraos, infame desalmado — ex-
clamó Buckingham, tan disgustado con
las pretensiones a su amistad de que
hacía alarde el coronel como se aver-
gúenza un joven libertino de buena con=
dición que ha pasado la noche hucien-
do locuras con jóvenes de clase inferior,
cuando, encontrándose en buena com-
pañía, se le acerca uno de ellos—. Si
osáis pronunciar otra vez mi nombre,
haré que os arrojen al Támesis.
Rechazado de este modo, Blood hizo
una pirueta con la tranquilidad más in-
solente y se retiró despacio y con cal-
ma, mientras los circunstantes lo mi-
raban como se mira a un monstruo de
maldad ; tan conocido era como hombre
capaz de cualquier crimen. Algunos has-
ta lo siguieron para verle más de cer-
ca, del mismo modo que los pájaros se
reunen en torno del buho que osa mos-
trarse a la luz del sol; pero, como los
pájaros tienen buen cuidado de mante-
nerse fuera del alcance de las garras y
del pico del ave de Minerva, así los cu-
riosos que seguían a Blood procuraban
no cambiar una mirada con él y evita-
ban las que él les dirigía a veces cual
dardo envenenado. a
Así anduvo como lobo en alarma, no
atreviéndose a huir y temiendo detener-
se, hasta que llegó a la puerta de los
Traidores. Allí, subió a una barca que
lo esperaba y desapareció.
Carlos 11, con el deseo de borrar el
recuerdo de la aparición de aquel mise-
rable, dijo que sería vergonzoso que un
desalmado Fors motivo de discordia en-
tre dos de los principales señores de su
corte, y ordenó a los duques de Buckin-
gham y Ormond que se dieran la mano
y olvidaran un altercado cuyo motivo -
era indigno de ocupar su atención.
Buckingham respondió con displicen-
cia que los honorables cabellos blancos
del dana de Ormond le imponían a él
la obligación de dar los primeros pasos
hacia la reconciliación, y le tendió la
mano. : e
Su antagonista se limitó a saludarle,
y dijo que el rey no tenía motivo para
temer que la corte fuese turbada por
el duque de Ormond, puesto que no -