Full text: El Conde de Léicester

57 CONDE. DE as 
su séquito de roda: bandidos ?— 
exclamó el más joven¿—El que evoca 
al diablo, aunque sea honrado, debe 
responder de los daños que aquél causa. 
—Pero, caballeros, ¿sois vosotros los 
únicos amigos del conde que han acu- 
dido aquí en este momento de crisis? 
-—No— contestó el de más edad.— 
Han venido Tracy, Markham y otros 
muchos ; pero montamos la guardia dos 
y dos. Algunos están cansados y duer- 
men en la galería de encima, 
—También hay otros—agregó el más 
Joven—que han ido a Deptford, des- 
pués de reunir cuanto poseían con ob- 
jeto de comprar un barco viejo, pues se 
proponen, cuando todo acabe y el con- 
de haya recibido sepultura, darles una 
lección a los bribones que en ella lo ha- 
brán precipitado, y embarcarse luego 
para las Indias, con el corazón triste y 
a bolsa vacía. 
_—Probablemente les acompañaré yo 
-dijo Tressilian,—cuando termine un 
asunto que tengo en la corte. 
—;¡ Tressilian un asunto en la corte! 
'Tressilian embarcarse para las Indias ! 
exclamaron al unisono los dos genti- 
—¿Cómo es eso, Tressilian ?—dijo el 
más joven ;—¿no estáis casado, hasta 
cierto punto? ¿No os encontráis a cu- 
bierto de esos golpes de la suerte que 
obligan a un hombre a hacerse a la 
mar cuando querría permanecer tran- 
quilamente en el puerto? ¿Qué habéis 
hecho de vuestra hermosa Indamira, 
que debía ser igual a mi Amoret en 
constancia y beldad ? 
—No me habléis de ella—-contestó 
ressilian volviendo el rostro. 
Mi pobre amigo—le dijo el joven 
mándole afectuosamente la mano,— 
os sucede? Vuestra actitud me en- 
stece y sorprende a la vez; pero no 
olveré a qopar herida tan sensible. ¿ Es- 
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tará escrito que ninguno de nuestros 
compañeros ha de escapar al naufragio 
en este periodo de tormentas? Yo espe- 
raba que por lo menos vos, mi querido 
Edmundo, llegaríais a puerto. seguro. 
Pero otro de los nuestros, que se llama. 
como vos (1), ha dicho la verdad : 
Destruyendo las chozas y palacios, 
Cien veces hemos visto a la Fortuna infiel, 
Ya viniendo a nosotros a través del espacio, 
Ya ofreciéndonos cáliz de vinagre y de hiel. - 
Mientras el joven recitaba estos ver- 
sos con expresión de sensibilidad, su 
compañero, menos entusiasta, se había. 
puesto en pie, y se paseaba con impa- 
ciencia. Cuando el otro acabó : 
—Me sorprende Tressilian—dijo en- 
volviéndose en su capa y sentándose de 
nuevo, —que alimentéis la locura de es- 
te joven, oyendo sus versos. Si algo pue- 
de hacer juzgar con disfavor una casa: 
digna y virtuosa como la del conde de 
Sussex, es oir las simplezas poéticas 
que nos han traído Gualterio, el elegan- 
te recitador, y sus compañeros, los cua- 
les destrozan de mil modos al buen in- 
glés que Dios había querido cas 
nos. : 
—Blount se imagina—replicó el jo- 
ven—que el demonio hizo el amor en 
verso a nuestra primera madre Eva, y 
que el sentido místico del árbol dela 
ciencia del bien y del mal no se refiere 
sino al arte de reunir las rimas y de o 
medir un exámetro. 
En aquel momento apareció el Ai : 
belán del conde para decir a Tressilianm 
que su señoría le aguardaba. : 
Nuestro caballero encontró a Sussex 
vestido con una bata y recostado en el 
lecho, con las facciones muy alteradas 
por la enfermedad. El conde le recibió 
cariñosamente, preguntándole por sus 
amoríos ; Tressilian eludió la contesta- e 
(1) Edmundo Spencer, La Reina de las Hadas, o 
  
  
  
  
 
	        
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