Full text: El Conde de Léicester

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sus sentimientos bajo el velo de la cor- 
- tesía, con objeto de descubrir mejor los 
de los demás. Antonio Foster, al con- 
trario, hacía resaltar su aspecto som- 
brío y común por los torpes esfuerzos 
que realizaba para no dejar traslucir su 
mal humor y la inquietud que le cau- 
saba el ver tan espléndidamente vestida 
y rodeada de tantas brillantes prendas 
del afecto de su esposo a la que hasta 
aquel momento había tratado con el 
despotismo de un carcelero. La estudia- 
da reverencia que le hizo era como la 
confesión de sus sentimientos íntimos : 
parecía la de un reo ante su juez, cuan- 
do al mismo tiempo quiere referirle su 
crimen e implorar su clemencia. 
Varney, que había entrado primero 
por su condición de caballero, sabía me- 
- jor que aquél lo que debía decir y lo hi- 
zo con cortesía y en tono muy natural. 
La condesa le recibió con todas las 
apariencias de la cordialidad, como si Y 
le perdonase sus pasadas culpas. Se pu- 
so de pie, dirigiéndose a él y le tendió 
la mano, diciendo: : 
—Señor Varney, esta mañana fuis- 
-— teis portador de tan gratas noticias pa- 
ra mí, que me temo haber olvidado, en 
mi alegría y mi sorpresa, ja orden que 
-me ha dado el conde de recibiros con 
distinción. Os tiendo mi mano en señal 
de reconciliación. 
—No soy digno de tocarla—contestó 
Varney doblando la rodilla, —sino como 
ei vasallo toca la de su señor. 
Y así diciendo, llevó a sus labios 
aquellos encantadores dedos cubiertos 
de sortijas, y levantándose después con 
—galantería, dió algunos pasos como para 
, conducir a la joven al sillón señorial. 
Pero Amalia dijo que no se sentaría 
en él sino cuando su propio marido la 
llevase. 
—Hasta ahora no soy más que una 
WALTER SCOTT 
condesa disfrazada, y hasta que el mis- 
mo que me los ha dado no me autorice 
para ello, no haré uso de mis derechos. 
—Contfío, señora—dijo a su vez Fos- 
ter, —que al ejecutar las órdenes de 
vuestro esposo y mi señor de mantene- 
ros reclusa, no me he expuesto a vues- 
tro resentimiento, pues me he limitado 
a cumplir con mi deber. El Omnipoten- 
te, como afirman los libros santos, ha 
dado la primacía y la autoridad al mari- 
do sobre la mujer. Si no he repetido las 
mismas expresiones del libro sagrado, 
“son, por lo menos, muy parecidas. 
—La sorpresa que he experimentado 
al entrar en estas habitaciones ha sido 
tan grata, señor Foster, que haría mal 
no disculpando la severidad con que 
me habéis alejado de ellas hasta que 
estuvieran tan suntuosamente adorma- 
das. : 
—Sií, señora, mucho dinero se ha in- 
vertido en esto; pero a fin de que no 
se haga más gasto del indispensable, 
voy a ver si está todo en orden. Os dejo 
con el señor Varney, hasta que llegue el 
señor conde, pues creo que tiene algo 
que deciros de parte de vuestro noble 
marido. Vamos, Juana, acompáñame. 
—No, señor Foster, vuestra hija per- 
manecerá aquí. Lo único que hará será 
sentarse en el extremo opuesto del sa- 
lón, si lo que el señor Varney tiene que - 
decirme de parte del conde sólo dcbg 
oirlo yo. 
Antonio se retiró saludando con poca : 
gracia y lanzando sobre los muebles una 
mirada que parecía lamentar el gasto 
hecho para convertir en palacio casi re- 
gio un antiguo convento. Juana tomó 
un tablero de bordar y fué a colocarse 
en la puerta del comedor, mientras Var : 
ney, escogiendo con humildad el esca- 
bel más pequeño, se sentó cerca de los 
cojines en los que nuevamente se había - 
reclinado la condesa, y así permaneció | 
Le 
  
  
 
	        
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