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Poco después, Asthor, los tres marineros y diez in-
dígenas bajaban por la vertiente de la gran montaña,
mientras Collin enviaba mensajeros a las aldeas cer-
Canas para que acudieran los Ssuerreros y sus jefes.
) XXV
LA BANDA DE BILL,
- Durante la noche, en la pequeña capital del rey
blanco, reinó una extraordinaria animación. :
Los guerreros que acampaban en la plaza no pega-
ron ojo.
Se les oía cuchichear, gritar, sonar sus conchas.
marinas, ir y venir, como si estuvieran impacientes
por partir para la costa septentrional de la isla, don-
de contaban con entregarse quién sabe a qué mons-
truoso banquete .
De cuando en cuando llegaban de los pueblos más
lejanos nuevos refuerzos de guerreros, los cuales ha.
cían su entrada en la capital con un ruido de dos
mil diablos. Se comprendía que el entusiasmo ha-
bía llegado a su colmo y que todos querían tomar
Parte en la expedición, siendo como era la guerra
casi una diversión para aquellos pueblos salvajes, que
peleaban como si estuvieran en una fiesta,
Al alba, Collin, el capitán y los marineros estaban
ya en pie, pronto a partir. Cuando aparecieron en la
playa fueron acogidos con gritos de entusiasmo.
Casi trescientos guerreros armados de mazas, lan-
zaS y arcos estaban formados ante la gran tienda
con sus respectivos jefes a la cabeza. .
—Marchemos—dijo el capitán, abrazando a Ana—.
O temas, hija mía, que volveremos todos sanos y
salvos. Somos tantos en número, que obligaremos a