UN DRAMA EN EL OCEANO PACIFICO + *«* 191
los forzados a rendirse sin que nos hagan consumir
mucha pólvora.
-— —Sé prudente, padre mío—dijo, conmovida, la jo-
. ven—. No tengo a nadie más que a ti en el mundo, y
- si te ocurriera alguna desgracia no sé lo que sería de
mí en esta isla, en medio de antropófagos.
——Aquí estamos nosotros, miss—dijo Collin—y
Nuestros pechos servirán de escudo a vuestro padre.
- —No será necesario, teniente—dijo el capitán—.
Los forzados no opondrán mucha resistencia.
—¡Koturé!—gritó Collin.
El salvaje se presentó en seguida.
- —Dejo a esta mujer bajo tu protección—le dijo el
- Tey—. Te advierto que me es más preciosa que mi .
- trono, y si en algo se me pudiera quejar de ti o de
los tuyos, disparo el cañón contra la aldea y la hago
- Cenizas.
-—Para que la toquen tendrán que matarme antes
- —Trespondió el salvaje—. Esta mujer es «tabú» (sa-
grada, inviolable).
- —Está bien. Marchemos.
El capitán abrazó nuevamente a Ana y la expedi-
ción salió del pueblo, acompañada por casi todos los
habitantes, que daban gritos de alegría,
- Paowang abría la marcha con su hermano y doce
- de los más valientes guerreros, detrás caminaba el
- grupo de los hombres blancos y en seguida todos los
Gemás indígenas, dispuestos en doble fila. El cañón,
- llevado a brazo por cuatro hombres que se releva-
ban de rato en rato, iba detrás de todos. PA
La expedición bajó la vertiente opuesta de la mon- E
taña, abriéndose páso por los bosques a fuerza de
- golpes de hacha, y después descendió a un estrecho
“valle sombreado. por infinito número de bananos, que
- se inclinaban al peso de las frutas, dispuestas, como
se sabe, en gigantescos racimos. De cuando en cuan-
do se veían plantaciones de caña de azúcar.
Paowang se orientó por medio del volcán, cuyo
cráter vomitaba slempre llamas, humo y pedazos de