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algo así como un extraño tatuaje, no muy diferente
al que se suelen aplicar algunos marineros.
Su rostro era poco simpático. Tenía las facciones
duras, la nariz gruesa y colorada como la de un
gran bebedor, la frente deprimida como la de un de-
lincuente por naturaleza, la barba larga, inculta y
de color rubio cobrizo.
- En el cuello, hacia el lado derecho, se le veía una
herida recientemente cicatrizada, y más abajo otra.
señal que parecía haber sido hecha por un cuchillo,
r
En la cara tenía otra herida de la que salían aún
“algunas gotas de sangre.
—¿Son heridas graves? —preguntó miss Ana.
_—No, hija mía—respondió el capitán—, porque el
hierro que las ha producido no debía de ser muy
" cortante.
— (¿Quién podrá ser? ¿Un marinero? :
—No te lo sé decir, pero ¡calla! ¿Qué significan
estas señales que tiene en las muñecas?
— ¿Señales?
—SÍ, y muy marcadas.
-—¿Producidas.por qué cosa?
El capitán no respondió; pero arrugó la frente yo
movió varias veces la cabeza.
_ —¿Por ligaduras, tal vez?—volvió a preguntar miss
Ana.
— ¡Quién sabe si por esposas!—respondió el Capi-
tán con voz grave.
—¿Será un forzado evadido de alguna penitencia-
ría? :
—Quizá.
_—¿De la isla de Nerfolk?
—No podré decírtelo; pero pronto este hombre re-.
cobrará los. sentidos y algo habrá de decir.
—Parece que vuelve en sí. :
—Sí, hija mía. :
El capitán no se engañaba.
El náufrago abrió la boca como para respirar más.
libremente, y sus párpados se levantaron. Sus ojos :