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—¿Teméis algún tifón?—le preguntó Ana, que no
abandonaba la cubierta.
— Sí, y no te ocultaré que este huracán me da mu-
-cho que pensar, pues nos encontramos en un mar des-
provisto de islas e islotes y además de una profun-
-didad que espanta.
- —¿Hay abismos inmensos en el Océano dai
: —Horrorosos, Ana.
—¿En qué sitio es más profundo?
—Según los últimos sondajes, la mayor profundi-
dad se encuentra al mediodía del Kamschatka, penín-
sula de la costa asiática. Allí la sonda tocó fondo a
ocho mil quinientos quince metros.
— ¡Ocho kilómetros y medio de profundidad!..
—Y se cree que hay aún mayores honduras, supo-
niéndose que en ciertos sitios llegan a catorce y ee
ciséis kilómetros.
—Y ¿todos los océanos tienen tales abismos?
—La profundidad media del Gran Océano será de
cuatro mil trescientos ochenta metros; pero se sabe
que entre las islas Figii, Tonga y Samoa existe un
- abismo de ocho mil ciento dos metros, según unos, y
de ocho mil doscientos ochenta, según otros navegan-
tes. En el Atlántico hay fondo a cuatro mil veinti-
dós metros hacia el Norte y tres mil novecientos
veintisiete al Sur; en el Océano Indico, a tres mil
seiscientos veintisiete, y en los otros dos océanos, a.
tres mil ochecientos tres. Hay que convenir, sin em-
bargo, en que dichas profundidades serán aún mayo-
- Tres medidas con instrumentos o sondas más perfec-
cionadas.
Pero la vida a sha cota profundidad no podrá
existir.
- —Y ¿por qué, querida?
Por la.gran presión que debe de ejercer tan in- =
mensa masa de agua.
- —En un tiempo se creía eso, y aun añadiré que se
, suponía que el agua tan espantosamente comprimida
ESE Una densidad semejante a la del hierro o el
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