do su espada en el sitio donde la le-
vaba de ordinario—: ¿amigo o ene-
miso?
-- Amigo —respondió Chingach-
gook en voz baja mostrándole con el
dedo la luna que por entre la espesu-
ra de los árboles arrojaba un rayo
oblicuo sobre el edificio, y agregó
en inglés chapurrado—: ya tenemos
alumbrado el camino y, como el fuer-
te del hombre blanco está todavía
lejos, muy lejos, debemos ponernos
en Marcha mientras que el sueño cie-
rra los ojos del francés.
— liene razón — replicó Hey-
ward—; despierte a sus amigos y pre-
pare los caballos, mientras que voy
a avisar a las señoritas para que se
dispongan a partir.
Ya hemos despertado, Hey ward
—¿ijo la dulee voz de Alicia en el in-
terior del edificio—, y el sucño nos ha
restituído las fuerzas necesarias para
proseguir el viaje; pero tengo seg uri-
dad de que usted ha pasado toda la
poche en vela.. después de una jor-
nada tan larga y fatigosa.
—Piga mejor que hubiera querido
velar; pero mis pérfidos ojos me han
traicionado y ésta es ya la segunda
vez que me reconozco indigno del
depósito que se me ha confiado.
-—No lo niegue, Heyward—dijo
sonriendo la joven Alicia que salía
entonces del fuerte mostrando a la
luz de la luna las gracias que algunas
horas de sueño tranquilo le habían
hecho recobrar—: sé perfectamente
que usted es tan descuidado cuando se
trata de sí mismo, como cuidadoso
cuando está en juego la seguridad de
los demás; ¿no podemos permanecer
aquí un rato mientras que usted y
esa honrada gente descansan un poco?
Cora y yo nos encargaremos de vigi-
lar, y lo haremos con gusto,
J. FENIMORE COOPER
—Si. la vergienza desvelase, no '
cerraría yo los ojos en toda mi vida—
respondió el joven oficial, que empe-
zaba ya a encontrarse amado mi-
rando las ingenuas facciones de Ali-
cia en las que se afanaba por descu-
brir los síntomas de un secreto pro-
pósito de divertirse a su costa; pero
no distinguió nada que confirmase
esta sospecha—. Por desgracia es in-
dudable que después de haber 0ca-
sionado todos los contratiempos que
han sufrido ustedes por mi exceso de
confianza imprudente, no he tenido
ni aun el mérito de haberlas guardado
durante el sueño, como corresponde
a un buen soldado.
—Sólo usted puede reconvenirse a
sí mismo de ese modo—repuso Ali-
cia cuya generosa confianza se obs-
tinaba en conservar la ilusión que le
hacía ver a su joven amante como un
modelo de perfección—. Créame,
r la
pues; descanse un momento y no du-
de de que Cora y yo desempeñaremos
perfectamente el oficio de excelentes
centinelas.
Presa de gran turbación, disponíase
Heyward a disculparse de nuevo por
su falta de vigilancia, cuando le sor-
prendió una exclamación que lanzó
de repente Obingachgook, aunque
con voz contenida por la prudencia, y
la actitud adoptada por Uncas al
mismo tiempo para escuchar.
—TLos mohicanos oyen un enemi-
go—dijo el cazador, que hacía ya
tiempo estaba preparado para reanu-
dar la marcha—; el viento les trae
el rumor de un peligro.
—Dios quiera que se equivoquen-—-
replicó Heyward—, demasiada san-
gre se ha der! 'amado ya. :
3sto no obstante, el militar tomó
su fusil y adelantóse hacia el claro
del bosque, dispuesto a expiar su