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- —(Que es del Zorro- Sutil.
- —¡¿Todavía ese maldito vagabun-
do? Ya comprendo que no nos vere-
mos libres de él hasta que mi mata-
'gamos tenga ocasión de decirle dos
«palabras al oído.
Este descubrimiento considerólo
'Heyward como un agúero de nuevas
desgracias, y, aunque inclinado a
ercerlo, manifestó dudarlo, solamen-
te porque así encontraba algún con-
suelo.
—Puede haber—dijo—alguna equi-
vocación; ¡se parecen tanto, unos a
otros, los mocasines!
—¿Los mocasines se parecent—
preguntó Ojo-de-halcón—. Es lo mis-
-mo que si dijese que todos los pies
-— son semejantes y, sin embargo, na-
«die ignora que los hay cortos, largos,
anchos y estrechos.
Entonces inclinóse él también, exa-
minó la huella atentamente, y vol-
vió a levantarse diciendo:
—Es cierto, Uncas. ista es la hue-
lla que encontrábamos tan frecuente-
mente el otro día cuando le íbamos al
alcance, y el bribón no dejará de
beber siempre que se le proporcione
ocasión. Los indios bebedores cami-
nan siempre extendiendo y apoyando
el pie más que el salvaje natural, por-
que un hombre bebido, sea roja 0
blanca su piel, necesita una base más
sólida. Precisamente; el mismo largo
y ancho. Examínelo ahora usted, sa-
gamore, que con frecuencia midió las
huellas de este canalla, cuando lo per-
seguimos desde la roca del Glenn has-
ta la fuente de la Salud.
-—Chingachgook no tardó en arrodi-
Marse también y, después de un rá-
pido examen, se levantó y pronunció
.CON VOZ grave, aunque con acento ex-
tranjero, la palabra _ magua.
—Si—dijo Ojo- -de- -halcón—; es una
y TENIMORE COOPER
cosa indudable. La joven de los ojos
negros y el magua han pasado por
este sitio.
—¡ Y Alicia? —preguntó temblando
Heyward.
—Todavía no hemos encontrado
ninguna señal de ella—respondió el
cazador sin cesar de examinar con
atención los árboles, la maleza y el
suelo—. Pero, ¿qué es lo que se dis-
tingue allá bajo? Uncas, vaya y traiga
aquello que está en tierra, junto a las
ZAIZAS.
Apresuróse a obedecer el joven in-
dio, y así que hubo entregado al ca-
zador el objeto que había recogido,
éste lo mostró a sus compañeros rien-
-do ruidosa, pero despreciativamente.
—Es el juguete, el silbato del can-
tor; y esto demuestra que también
ha pasado por aquí; ahora ya podría
un niño seguir su rastro. U neas, bús-
quele las huellas de un zapato tan lar-
go y ancho que pueda contener un
pie capaz de sostener una masa de
carne de seis pies y dos pulgadas de
altura. Quizá podamos esperar algo
de este badulaque, pues habrá aban-
donado este chisme para dedicarso
a un oficio útil,
—Por lo menos ha sido fiel a su con-
signa—dijo Heyward—, Cora y Ali-
cia tienen aún a sulado a un amigo.
—Si—repuso Ojo-de-halcón apo-
yando en tierra la culata del fusil y
bajando la cabeza sobre el cañón des-
preciativamente—; un amigo que sil-
“bará siempre que se ofrezca; pero ¿será
capaz de matar un gamo para comer?
¿Reconocerá su camino por el musgo
de los árboles? ¿Cortará el pescuezo
a un hurón para defenderlas? Si no
sabe hacer nada de esto, cualquier
sinsonte será tan útil como él. Y bien,
Uncas, ¿ha encontrado algo que se
parezca a la huella de semejante pie?