Full text: El último mohicano

Eb ULTIMO MOBIC ANO 
que estáis en mi derredor, decidme: 
 ¿Famenund ha dormido durante cien 
inviernos? 
El profundo silencio con que fueron 
acogidas estas palabras probaba cla- 
ramente el respeto no exento de te- 
rror con que era escuchado el patriar- 
ca. Nadie osaba responder, pero Un- 
cas, contemplándole con el respeto y 
la ternura de un hijo amado tomó 
la palabra. : 
—Cuatro guerreros de su raza han 
vivido y han dejado de existir desde 
el tiempo en que el amigo de Tame- 
nund guiaba sus pueblos al combate; 
la sangre de la tortuga ha corrido por 
las venas de varios jefes; pero todos 
han regresado al seno de la tierra de 
donde salieron, excepto Chingach- 
gock y su hijo. 
—Es verdad, indudablemente es 
verdad—respondió el sabio abruma- 
«do por el peso de los tristes recuerdos 
- que venían a destruir ilusiones sedue- 
boras recordándole la dolorosa histo- 
ria de su pueblo—; nuestros sabios 
nos han repetido con frecuencia que 
dos guerreros de la raza pura estaban 
en las montañas de los ingleses. ¿Por 
.qué ha permanecido desocupado tan- 
to tiempo el sitio que les corresponde 
en el fuego del cons sj de los dela- 
wares? En 
-Al oír esto, levantó Uncas la cabe- 
za, y dijo en alta voz. 
-—Hubo un tiempo en que dormía- 
mos. en un lugar en donde se vía el 
riogo mugido de las aguas del lago 
ado; entonces éramos los dueños y 
los sagamores del país; pero, al apa- 
recer los blancos en la orilla de todos 
log axroyos, seguimos al gamo que 
huía con velocidad hacia el río de 
nuestra nación. ¡Los delawares habían 
p: rtido y casi no ca aa 
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Entonces mis padres se dijeron entre 
—: Aquí es donde cazaremos; las 
aguas del río van a perderse en el lago 
salado; si nos dirigiéramos hacia el 
poniente encontraríamos los manan-' 
tiales que desembocan en los grandes 
lagos de agua dulce. Allí tardaría po- 
co en morir un mohicano, como los 
peces del mar si de repente seencon- 
traran en el agua cristalina. Cuando el 
Manitú esté pronto, y diga: venid, 
bajaremos por el río hasta el mar y 
recuperaremos lo que nos pertenece. 
Esta es, delawares, la creencia de los 
hijos de la tortuga: nuestros ojos no 
dejan de mirar el sol que amancee 
pero no se levantan para ver el que 
se pone. Sabemos de dónde viene; 
pero ignoramos adónde va. He dicho. 
Los hijos de los lenapes escucha ban 
respetuosamente, encontrando un se- 
creto encanto en el lenguaje enigmá- 
tico y figurado del joven sagamore, - 
mientras que éste observaba con ojos 
perspicaces el efecto que había pro- 
ducido su breve explicación; y, a me- 
dida que notaba en su auditorio gig- 
nos de satisfacción, suaviza 
no de su voz autoritaria con que e 
bía empezado. 
Paseó luego la mirada por la al 
titud que rodeaba silenciosa el asien- 
to elevado de Tamenund, y descubrió 
a Ojo-de-halcón que continuaba aga- 
rrotado, y descendiendo rápidamente. 
del sitio en que se había colocado, co- 
rrió hacia gu amigo, y tomando un 
cuchillo cortó sus ligaduras. Hizo se- 
fa entonces al pueblo para que se 
apartase, y los indios, graves y si 
lenciosos, volvieron a formarse en 
círculo en el mismo orden en que es- 
taban antes de su llegada, Uncas to- 
mó al cazador por la mano, y lo con- 
dujo a los pe. del Pao. a quien o 
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